CAPÍTULO I

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Aguardaba en el rincón más oscuro del callejón, donde la humedad se filtraba entre los ladrillos desgastados, empapando su ropa hasta pegarla a su piel como una segunda capa incómoda. No le importaba. Lo único que ocupaba su mente en ese momento era que Han no tardara demasiado. Sus ojos, acostumbrados a la penumbra, se movían inquietos, escaneando las sombras, aunque sabía que a esa hora nadie más merodearía por aquel lugar olvidado. El silencio de la ciudad dormida se sentía denso, casi asfixiante, como una presencia que la envolvía por completo.

Un crujido inesperado en la grava suelta la sacó de sus pensamientos. Alzó la vista de inmediato, tensándose antes de verlo: Ahí estaba Han, con esa mezcla de despreocupación y cautela que siempre lo caracterizaba. Su chaqueta de cuero, maltrecha y desgastada, colgaba sobre sus hombros como un testigo silencioso de años de negocios turbios. Su sonrisa apenas asomaba, fría y mecánica, sin emoción alguna.

—¿Tienes lo que pedí?— Su voz cortó el aire con impaciencia, sin molestarse en los formalismos.

El hombre asintió, sacando con parsimonia una pequeña bolsa de su bolsillo interior. La sostuvo a la altura de su rostro, pero no se la entregó de inmediato. Saboreaba esos instantes, disfrutando de tener la situación bajo control, al menos por ahora.

—Siempre tan ansiosa, Jimin. Deberías bajar un poco el ritmo,— Su tono pretendía ser de advertencia, pero estaba teñido de una indiferencia que no se molestaba en ocultar, —Esto no es bueno para ti.

—Eso no es asunto tuyo,— Replicó, estirando la mano, sus ojos fijos en la bolsa, deseando que el intercambio terminara rápido.

Han soltó una risa corta, seca, como un eco vacío en el callejón, y finalmente dejó caer la bolsa en su mano.

—Como quieras. Pero si necesitas algo más... ya sabes dónde encontrarme.

Apenas le dedicó una mirada, guardando la bolsa en su bolsillo casi de manera automática. Era un ritual que se repetía cada vez que lo veía: frío, mecánico, sin palabras de más. Sabía lo que Han pensaba de ella, lo leía en sus ojos cada vez que se cruzaban. Solo una clienta más, otra persona rota de la que sacar provecho. Y a ella le convenía que fuera así. Era simple. Sin complicaciones.

—Nos vemos,— Murmuró, dándole la espalda y alejándose sin esperar respuesta.

—Cuídate. Nunca sabes qué podrías encontrar en esos sitios a los que vas,— Escuchó detrás de ella, pero no se molestó en responder. La advertencia se perdió en la oscuridad.

A medida que se adentraba en las calles vacías, su mente ya comenzaba a desenredarse de la realidad, anticipando el alivio que las pastillas le traerían. Volver a casa no era una opción. No en ese momento. No podía soportar la soledad opresiva de su habitación; las paredes demasiado silenciosas, demasiado presentes. Necesitaba desaparecer, volverse invisible, encontrar un lugar donde pudiera perderse sin que nadie hiciera preguntas.

Siguió caminando, el eco de sus pasos resonando en la oscuridad, hasta llegar a un club clandestino que ya conocía bien. No era un sitio para alguien de su edad, pero eso no había sido un problema antes. La fachada del lugar carecía de letreros; solo una puerta de metal oxidada y un portero corpulento, su silueta apenas visible bajo la luz parpadeante de un poste cercano.

Al acercarse, el portero la miró con indiferencia, esperando el gesto que indicara que traía identificación. Le sostuvo la mirada, su cuerpo tenso, controlando el nerviosismo que comenzaba a surgir en su interior. Sabía que, con un simple movimiento, él podría negarle la entrada sin pensarlo dos veces.

—Vengo a ver a Jake,— Dijo al fin, soltando el nombre del DJ que solía ayudarla a entrar cuando el ruido en su cabeza se volvía insoportable.

El portero la observó un par de segundos más antes de encogerse de hombros. No parecía importarle lo suficiente. Se apartó de la puerta, permitiéndole el paso.

Gen Mutante || JiminjeongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora