CAPÍTULO III

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El amanecer del lunes llegaba con una calma extraña. Estaba sentada en la acera frente a su casa, el sol aún tímido en el horizonte, iluminando el vecindario con una luz dorada que comenzaba a llenar el cielo. Tenía un bolso a su lado, lo único que había decidido llevarse. No había querido cargar con demasiadas cosas, solo lo esencial: algo de ropa, su cuaderno y algunas otras pertenencias. Todo lo demás había dejado de importar.

Había pasado casi toda la noche despierta, caminando de un lado a otro en su habitación, metiendo y sacando cosas de la maleta, cuestionando una y otra vez si estaba haciendo lo correcto. Ahora, mientras el aire fresco de la mañana le acariciaba el rostro, se sentía extrañamente en paz. Quizás porque ya no había vuelta atrás.

Seulgi le había dicho que no se preocupara. “Todo está listo”, había asegurado. Durante su llamada, le explicó que había arreglado su matrícula en la nueva escuela y que también había hablado con su padre. Aún no entendía cómo Seulgi había conseguido tal cosa, pero eso no la preocupaba en ese momento. La directora parecía tener todo bajo control, y el hecho de que hubiera lidiado con la parte más difícil —su padre— era un alivio que no podía negar.

No fue una conversación sencilla. Recordaba con exactitud el momento en que le mencionó el tema a su padre. Las palabras salieron de su boca de manera torpe, casi como si ni siquiera creyera lo que estaba diciendo. Le explicó, aunque sin mucho detalle, que había encontrado una nueva oportunidad para estudiar en otra escuela, una mejor. Su padre no había mostrado mucho interés, como siempre. Apenas asintió mientras seguía con su rutina matutina, sin hacer más preguntas. No fue difícil darse cuenta de que él también veía esta salida como algo conveniente. Al fin y al cabo, su relación nunca había sido cercana.

El viento removió las hojas secas a sus pies, haciéndola girar levemente la cabeza. Apretó los labios y miró hacia la calle vacía. Sabía que Seulgi llegaría en cualquier momento. Aunque aún no entendía del todo qué era esa escuela o qué implicaba ser parte de ella, algo en su interior le decía que esto era lo correcto. No solo por lo que había presenciado en la manifestación, sino porque había llegado a un punto donde sentía que ya no tenía un lugar en el mundo que conocía. No había manera de seguir fingiendo que todo estaba bien. No podía ser la misma Jimin que había sido antes de saber lo que era.

—Un internado,— Murmuró para sí misma, casi probando la palabra en su boca.

No le molestaba la idea. Al contrario, se sentía aliviada de alejarse, de tener un lugar donde quizás podría encontrar respuestas. Había imaginado el lugar en su cabeza desde que Seulgi lo mencionó, intentando formarse una imagen clara. Una escuela apartada, grande y antigua, donde personas como ella podían vivir sin miedo de ser juzgadas, donde podrían aprender a controlar lo que los hacía diferentes. Al menos, eso era lo que quería creer.

La noche anterior, en uno de esos momentos de duda, había estado a punto de llamar a Seulgi para decirle que no iría. Que prefería quedarse, lidiar con lo que viniera. Pero cada vez que esa idea pasaba por su mente, la imagen de la manifestación volvía a golpearla con fuerza. Los gritos, las pancartas llenas de odio. No había escapatoria. Ella era una de ellos, y tarde o temprano, el mundo lo sabría. Tal vez, Kang tenía razón. Tal vez, había un lugar mejor para ella en esa escuela.

Le había dicho que pasaría a buscarla a primera hora. Por eso estaba ahí, sentada en la acera frente a su casa, en lugar de quedarse dentro, enfrentando el silencio incómodo de la cocina mientras su padre preparaba su café. No quería pasar ni un minuto más en ese ambiente cargado de indiferencia. Quizás Seulgi había hablado con él, pero eso no significaba que todo fuera más fácil. Sabía que dejar su hogar no sería algo que su padre lamentaría, y en cierta forma, eso le daba una especie de libertad.

Gen Mutante || JiminjeongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora