Era una noche tranquila en Konoha, pero ya bastante avanzada. Kakashi caminaba por las calles casi desiertas, llevando un ramo de flores en una mano y una pequeña caja envuelta con esmero en la otra. Había pasado el día fuera en una misión, pero no había olvidado que era una fecha especial: su aniversario de bodas con Sakura. Había pensado en algo simple pero significativo, algo que sabía que le haría sonreír al final de un día largo.
Al llegar a casa, notó que las luces en la sala estaban encendidas. Abrió la puerta con cuidado, intentando no hacer ruido, pero lo que escuchó lo hizo detenerse en seco. Una fuerte discusión provenía de la cocina, y entre las voces agudas reconoció a sus hijos: Sakumo y Ume. Soltó un leve suspiro, dejando las flores y el regalo sobre el sofá. Se encaminó hacia la cocina, preocupado por lo que podría estar pasando.
Al entrar, vio la escena que temía: Sakumo, con sus seis años, y Ume, de cinco, gritándose el uno al otro, sus rostros rojos de frustración. En el medio de ellos, Sakura, con los hombros caídos, intentando desesperadamente calmarlos. Su rostro mostraba un agotamiento que iba más allá de lo físico; era un cansancio acumulado por la responsabilidad, el trabajo, y ahora, el estrés de lidiar con los niños.
Kakashi, en silencio, observó por un momento antes de intervenir. Podía ver lo difícil que había sido el día para ella, y eso hizo que una ligera molestia se encendiera dentro de él. No con Sakura ni con los niños, sino con la situación en general. Finalmente, se aclaró la garganta y, con una voz firme pero calmada, dijo:
—¡Basta! ¡Dejen de gritar!
Los niños se quedaron quietos al instante, mirando a su padre con ojos grandes y culpables. Luego, ambos comenzaron a hablar al mismo tiempo, intentando explicar lo que había sucedido.
— Pero, papá, Sakumo…
— ¡No, Ume fue la que…!
Kakashi levantó una mano, deteniéndolos de inmediato.
— No me interesa quién empezó.— Dijo con firmeza.— Ambos están en problemas por gritarse así. Es tarde y deberían estar en la cama. Así que suban ahora mismo.
Los niños intercambiaron miradas, claramente aún queriendo decir algo, pero el tono de su padre no dejaba lugar a discusión. Se dieron media vuelta, murmurando una disculpa hacia su madre antes de dirigirse a sus habitaciones.
Kakashi observó cómo salían de la cocina y luego se volvió hacia Sakura. Ella estaba apoyada en la encimera, sus ojos apenas abiertos por el cansancio. Él se acercó, colocando una mano suavemente sobre su hombro.
— Ve a descansar, Sakura.— Le dijo en un tono mucho más suave.— Yo me encargaré de todo aquí.
Ella negó con la cabeza débilmente.
— Aún no termino de prepararte la cena…— Decía demasiado agotada.— Debes de tener hambre por tu viaje de regreso.
Kakashi la interrumpió suavemente, llevándola hacia la puerta de la cocina.
— Deja que yo me encargue del resto. No quiero que te caigas aquí mismo. Ve a descansar.
Sakura lo miró por un momento, y finalmente asintió, demasiado agotada para discutir. Kakashi la vio salir de la cocina, su andar lento y pesado. Luego, se volvió hacia la cena a medio preparar y comenzó a trabajar en silencio, pensando en lo afortunado que era de tener a alguien como ella a su lado, pero también prometiéndose que encontraría la manera de aliviar su carga. Esta noche, lo único que quería era que ella descansara, y que, cuando despertara, todo estuviera en calma, como debería ser.
Kakashi comenzó a moverse con destreza por la cocina, acostumbrado a ayudar a Sakura cuando las cosas se ponían difíciles en casa. Mientras picaba algunos vegetales y calentaba el agua para el arroz, no podía dejar de pensar en lo agotada que se veía Sakura. Sabía que ella llevaba la mayor parte de las responsabilidades familiares, y aunque él intentaba ayudar siempre que podía, a menudo sus misiones lo alejaban de casa por días o incluso semanas.