Era una tarde tranquila en la casa de los Hatake. La luz del sol se filtraba suavemente a través de las cortinas, proyectando sombras cálidas sobre el suelo de madera. Kakashi y Sakura estaban sentados en el sofá, disfrutando de un momento de paz mientras su hijo de cuatro años, Sakumo, jugaba en la alfombra con un pequeño muñeco ninja de madera. El niño simulaba batallas épicas, corriendo de un lado a otro mientras sus padres lo observaban con sonrisas silenciosas.
Sakura, con una mano en su vientre ya abultado, acariciaba el suave tejido de su vestido mientras sentía las pequeñas pataditas de su bebé. Una sensación de felicidad la invadió. Aunque el embarazo avanzaba y traía consigo las habituales molestias, cada vez que sentía a su hijo o hija moverse dentro de ella, todo parecía valer la pena. Kakashi, sentado a su lado, notó el gesto y colocó su mano sobre la de ella, intercambiando una mirada llena de complicidad.
—Sakumo —llamó Sakura con voz suave, interrumpiendo momentáneamente los imaginativos combates de su hijo.
El niño, con su cabello plateado desordenado y ojos llenos de curiosidad, corrió hacia sus padres y saltó al sofá, acomodándose entre ellos como siempre lo hacía. Kakashi le revolvió el cabello mientras el niño sonreía, esperando lo que su mamá iba a decir.
—¿Qué pasa, mamá?
Sakura le acarició la mejilla con ternura antes de mirarlo directamente a los ojos.
—Pronto, Sakumo, vas a ser hermano mayor. Vamos a tener un bebé —le dijo, su voz impregnada de dulzura y emoción.
Los ojos de Sakumo se agrandaron con sorpresa, su sonrisa estallando en una expresión de genuina emoción.
—¿Un bebé? ¡¿En serio?! —gritó emocionado, levantándose de un salto en el sofá—. ¡Voy a ser hermano mayor! ¡Eso es genial, mamá, papá!
Kakashi se rió suavemente, asintiendo mientras observaba cómo su hijo se emocionaba. Acarició la cabeza de Sakumo y, con su habitual tono calmado, añadió:
—Sí, y estoy seguro de que serás el mejor hermano mayor. Tendrás a alguien con quien jugar y a quien cuidar.
Sakumo parecía fascinado por la idea, imaginando aventuras y juegos con su futuro hermanito o hermanita. Durante las siguientes semanas, hablaba constantemente sobre lo que haría cuando el bebé llegara. Incluso comenzó a mostrarle a Sakura algunos de sus juguetes, diciendo que "cuando el bebé crezca" podría enseñarle cómo jugar con ellos.
Pero con el paso del tiempo, Sakumo comenzó a notar pequeños cambios que le parecían extraños. Había momentos en los que su mamá se veía muy cansada y ya no podía jugar con él tanto como antes. Otras veces, cuando quería mostrarle a Kakashi un dibujo nuevo o pedirle que lo ayudara a entrenar, lo encontraba ocupado hablando con Sakura sobre las cosas que necesitaban para el bebé o haciendo planes para el cuarto del nuevo integrante de la familia.
Un día, mientras estaba en su habitación, Sakumo miró una pila de juguetes que su mamá había apartado. Recordó vagamente haberla escuchado decir que, eventualmente, esos juguetes serían para su hermanito. Miró su camión de juguete favorito y frunció el ceño. ¿Por qué tenía que darle sus cosas al bebé? ¿No era suficiente que ya no jugaban tanto con él? Algo dentro de él comenzó a sentirse mal, incómodo.
Esa tarde, Kakashi lo llamó para salir a entrenar en el jardín, pero Sakumo se negó, diciendo que estaba ocupado. En realidad, no lo estaba. Solo no quería salir. Sentía algo que no lograba entender, pero sabía que no era la misma emoción que sentía al principio cuando se enteró del bebé. Todo el tiempo, sus papás hablaban del bebé. Y cada vez que alguien venía a visitarlos, también hablaban del bebé. De alguna manera, Sakumo sentía que ya no lo miraban igual, como si ahora él fuera menos importante.