15: 'fighting a god'

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Una lancha guardacostas nos recogió, pero estaban demasiado ocupados para retenernos mucho tiempo o preguntarse cómo cuatro niños vestidos con ropas de calle habían aparecido en medio de la bahía. Había que ocuparse de aquel desastre. Las radios estaban colapsadas con llamadas de socorro.

Nos dejaron en el embarcadero de Santa Mónica con unas toallas en los hombros y botellas de agua en las que se leía: «¡Soy aprendiz de guardacostas!» Luego se marcharon a toda prisa para salvar a más gente.

Teníamos la ropa empapada. Percy iba descalzo, pues le había dado sus zapatos a Grover. Mejor que los guardacostas se preguntaran por qué uno de nosotros iba descalzo que por qué tenía pezuñas.

Nos desplomamos sobre la arena y observamos la ciudad en llamas, recortada contra el precioso amanecer.

—No puedo creerlo—comentó Annabeth—. Hemos venido hasta aquí para...

—Fue una trampa —dije—. Una estrategia digna de Atenea.

—Eh —me advirtió Annie.

—Pero ¿es que no lo entienden?—soltó Percy.

—Sí. Lo entiendo.

—¡Bueno, pues yo no! —se quejó Grover—. ¿Va a explicarme alguien..?

—Percy—le dijo Annabeth—. Siento lo de tu madre. No te puedes imaginar cuánto...

—La profecía tenía razón —añadió, ignorando a Annabeth—. «Irás al oeste, donde te enfrentarás al dios que se ha rebelado.» Pero no era Hades. Hades no deseaba una guerra entre los Tres Grandes. Alguien más ha planeado el robo. Alguien ha robado el rayo maestro de Zeus y el yelmo de Hades, y me ha cargado a mí el mochuelo por ser hijo de Poseidón. Le echarán la culpa a Poseidón por ambas partes. Al atardecer de hoy, habrá una guerra en tres frentes. Y la habré provocado yo.

Grover meneó la cabeza, alucinado. Luego preguntó:

—¿Quién podría ser tan malvado? ¿Quién desearía una guerra tan letal?

—Veamos, déjame pensar —dije sarcásticamente, mirando alrededor.

Y ahí estaba, esperándonos, enfundado en el guardapolvo de cuero negro y las gafas de sol, un bate de béisbol de aluminio apoyado en el hombro. La moto rugía a su lado, y el faro volvía rojiza la arena.

—Eh, niños —nos llamó Ares, al parecer complacido de vernos—. Deberían estar muertos.

—Nos has engañado —le dije—. Has robado el yelmo y el rayo maestro.

Ares sonrió.

—Y bien que lo sabías, Aliento de Muerto junior. Además, yo no los he robado personalmente. ¿Los dioses toqueteando los símbolos de otros dioses? De eso nada. Pero tú no eres el único héroe en el mundo que se dedica a los recaditos.

—¿A quién utilizaste? ¿A Clarisse?—le espetó Percy—. Estaba allí en el solsticio de invierno.

La idea pareció divertirle.

—No importa. Miren, niños, el asunto es que están impidiendo los esfuerzos en pos de la guerra. Verán, el chico tenía que haber muerto en el inframundo. Entonces el viejo Alga se hubiese cabreado con Hades por matarte. Aliento de Muerto hubiera tenido el rayo maestro y Zeus estaria furiono con él. Pero Hades aún sigue buscando esto...—se sacó del bolailo un pasamontañas, del tipo que usan los atracadores de bancos, y lo colocó en medio del manillar de su moto, donde se transformó en un elaborado casco guerrero de bronce.

—El yelmo de oscuridad—dijo Grover, ahogando una exclamación

—Exacto —repuso Ares—. A ver, ¿por dónde iba? Ah, si. Hades se pondrá hecho un basilisco tanto con Zeus como con Poseidón, ya que no sabe cuál le robó el yelmo. Muy pronto habremos organizado un bonito y pequeño festival de mamporros.

Hades' child; sometimes lucky Donde viven las historias. Descúbrelo ahora