Primera Carta

18 0 0
                                    

El sol calentaba por primera vez en varios días, sus rayos atravesaban las hojas del gran roble y llegaban al suelo de la guarida como gruesos puntos de luz que contrastaban con la sombra oscura de ciertos puntos donde la luz no se atrevía a pasar en la habitación de Robin. 

- Siempre dijo que necesitaba total oscuridad para dormir - murmuró Marian, observando el orden metódico y casi milimétrico ante ella. Se apartó del pórtico y bajó a la sala donde Tuck la esperaba - ¿No ha salido aún?

- No saldrá hasta que ella venga - ambos sonrieron. 

Antes de que cualquiera pudiera comenzar una conversación se escucharon los gritos de sus amigos faltantes que llamaban a Tuck desde tierra firme. Este se levantó para accionar el mecanismo de entrada al tiempo que la princesa tomaba asiento, frotando sus manos entre si.

- Están subiendo - informó Tuck, dando a la situación mayor nivel de ansiedad, quizá innecesaria. 

- ¿Dónde está? - Scarlett apareció primero a través de la puerta, Marian se puso de pie y señaló la habitación de Pequeño Juan con el dedo índice. Su amiga no esperó más y con paso acelerado subió las escaleras. 

Robin entró después, miró a sus amigos durante apenas unos pocos instantes y luego se dirigió a la cocina sin pronunciar una sola sílaba. Marian dejó escapar el aire que tenía contenido apenas él le dio la espalda y cayó en el mueble junto a su amigo. 

Largos minutos tardaron Scarlett y Pequeño Juan en llegar a un acuerdo. La guarida continuaba silenciosa durante la deliberación. Aunque ninguno fuera capaz de admitirlo, la mente de los tres estaba enfocada en lo que podía estar pasando dentro de la habitación, de modo que cuando ambos salieron, sonrientes y radiantes, a ninguno le sorprendió. 

- ¿Ya podemos irnos? - preguntó Robin lanzando la mitad de una manzana a las ramas del gran roble. Todos asintieron y el grupo partió en una expedición guiada por su habitual lider. 

En el camino hacia la aldea la roca seguía intacta, obstaculizando el paso y advirtiendo con su sola presencia que no pensaba moverse fácilmente. A su lado se hallaba sentado un hombrecito, aparentemente concentrado en sus propias meditaciones pero que saltó apenas escuchó pasos. 

- ¡Pensé que no vendrías! - exclamó dirigiéndose exclusivamente a Robin - Luego recordé que eres tú y la esperanza regresó. 

- Moveremos la roca y podrás irte. 

Robin cumplió con su palabra, los cinco se esforzaron enormemente y al final lograron mover la gran roca dejando el camino despejado. El mercader levantó ambas mangos de su carreta y tras una breve despedida se encaminó de nuevo a Nottingham. 

- Regresemos a la guarida - dijo Robin, sin esperar más tiempo. Tuck y Pequeño Juan lo siguieron. 

Marian se puso detrás de él e imitó su andar, con sus manos entrelazadas y algunas gotas de sudor resbalando por su frente. Scarlett esperó inmóvil unos cuantos segundos, miró el camino que conducía a la aldea y luego a sus amigos. Dando grandes zancadas alcanzó al grupo y tomó el brazo de su amiga. 

- Marian - su tono de súplica fue atendido de inmediato por todo el grupo, quienes se detuvieron para observarla - Regresemos al castillo, por favor - la princesa clavó su mirada en la mano que rodeaba su brazo. Cerró los ojos y asintió. 

- Vayamos - no hubo reproches, no hubo argumentos, tampoco justificaciones para quedarse, solo una resignada aceptación. 

La despedida fue corta y el camino a casa también.

En el castillo uno de los guardias que vigilaban la puerta logró avistarlas cuando salían del bosque, de inmediato se reincorporó, buscó en su armadura apresuradamente, sus manos tocaron su cinturón y la bolsa que colgaba de este. De la bolsa extrajo dos sobres blancos. 

La MismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora