Desde temprano, el cielo nublado alertó a los habitantes de Nottingham, las mujeres no fueron al río a lavar la ropa y aquellos que pudieron quedarse en casa lo hicieron gustosos. Frías corrientes de aire sacudían las copas de los árboles y desprendían algunas hojas que adornaban el sendero. En el bosque de Sherwood los colores del otoño comenzaban a mostrarse, tímidos, el verde de la vegetación mutaba un amarillo que precedía su muerte.
Aún si nadie, que no estuviera obligado, salió de la comodidad de sus casas la pandilla si se reunió en la guarida. Al principio, a pesar de que hacía frío la conversación fluída logró distraerlos lo suficiente como para no notarlo, luego vino una llovizna que se encargo de cubrir todo cuanto pudo con una pequeña capa de humedad, poco tiempo después la llovizna se transformó en tormenta y las brisas inofensivas se hicieron vendabales.
El arbol guarida se sacudió con fuerza un par de veces, pero todos coincidieron, despreocupados, en que resistiría. El gran arbol no sufrió como los otros, en Sherwood las ramas de los árboles eran arrancadas de los troncos con violencia y arrojadas varios metros lejos, el bosque era un caos y los jóvenes, ajenos a todo continuaron lo suyo.
En determinado punto el frío se hizo tan penetrante que todos comenzaron a dar muestras claras de su incomodidad al respecto, a pesar de que estaban protegidos por las enormes ramas las chicas se abrazaban a si mismas y ponían manos cautelosas para evitar accidentes con las corrientes indiscretas que se colaban. Los chicos se mostraban más resistentes, dominados por el orgullo.
- Arriba debe hacer menos frío, vengan - su invitación estaba dirigida a Marian y Scarlett, la primera se quedó en su sitio, tan solo le dedicó una sonrisa de gratitud, mientras la segunda se ponía de pie al instante, caminando tras su amigo.
- ¿No quieres subir? - le preguntó Scarlett a su amiga, deteniéndose un momento.
- Me quedaré aquí -de su bolso sacó su libro de hechizos y se lo enseñó sonriente.
- Está bien, pero no dudes en venir si tienes frío - continuó la marcha. Detrás de ella Pequeño Juan puso sus manos en sus hombros, conduciéndola al segundo nivel. Marian sonrió al verlos y se dispuso a hojear su libro de hechizos.
Robin estaba sentado frente a ella, admirando la punta de una de sus flechas, tocando con cuidado su filo. Marian pasaba las hojas con tranquilidad, sin poner atención, sus ojos escapaban de vez en cuando a su compañero. Una de esas veces él le devolvió la mirada. Ella la apartó primero y sin querer se le escapó el aliento en forma de una pequeña nubecita hecha de vapor.
Robin se levantó de su asiento, con la flehca en sus manos y subió al segundo nivel. Marian se apresuró a guardar su libro y seguirlo.
Arriba los tres chicos veían en una mesa las flechas de Robin, habían de toda clase y estaban esparcidas sin ningún orden. Tuck hablaba sobre ellas pero Marian no entendía nada, se acercó a Scarlett y al verla clasificando las flechas en pequeños montones trató de ayudarla. Robin apoyó las manos en la mesa sin mirar a nadie, permaneció así un corto tiempo y repentinamente se retiró, su semblante serio no lo explicó y volvió a bajar las escaleras. Marian lo miró perderse por cada escalón y su cuerpo reaccionó solo, sus manos soltaron la flecha que cayó sobre la mesa y se apresuró a ir al primer piso. Durante este tiempo la charla de Tuck no fue interrumpida.
La sala principal estaba vacía. Miró hacia todas partes y no halló nada. Un impulso inexlicable la hizo mirar hacia arriba, en las grandes ramas del árbol, ahí estaba Robin, sentado cómodamente en una de ellas. Su rodilla flexionada le ayudaba a sostener el carcaj, de donde sacaba flechas para estudiarlas con la atención que merecería la disección de un cadáver o el trazo de un plano, su otra pierna, colgada, se balanceaba libremente.
- Robin, ¿qué haces ahí? - preguntó con auténtica curiosidad, un tono maternal se le escapó al decir aquello. A su frase la coronó con una sonrisa afectuosa digna de una madre genuina que cuida a sus hijos mientras los ve jugar en el jardín.
- Arreglo goteras - no satisfecho con la mentira tomó una idea cruel que pasó por su cabeza, sonrió mezquino.
- Yo no veo goteras - repuso Marian observando con atención, aún llovía con fuerza en Sherwood y el frío no cedía, pero dentro de la guarida la vida permanecía en primavera hasta donde la baja temperatura lo permitía.
- Si te acercas lo verás.
Ella obedeció, caminó hasta estar bajo la rama y miró con atención buscando alguna gotera. Él se puso de pie, puso su carcaj en la espalda y de pronto comenzó a saltar. Toda el agua contenida en las ramas cayó sobre Marian, pequeñas gotas mojaron su vestido y se impregnaron en su cabello. Robin apoyó su rodilla izquierda sobre la rama y la observó con una sonrisa.
- Te lo dije, hay goteras - bajó de un salto hasta tenerla frente a él, trató de encontrar en su semblante algo que le indicara que estaba disgustada con su comportamiento, sin embargo ella le sonrió también.
- El agua me ha empapado - explicó con calma - Tendré que secarme pronto a menos de que desee enfermarme, pero como no es posible que yo pueda ir al castillo con este tiempo deberás encargarte de mi, Robin. Que yo adquiera un resfriado es una posibilidad casi inminente y lo más probable es que deba quedarme aquí unos días mientras pasa mi enfermedad. Scarlett deberá excusar mi ausencia en el castillo de alguna forma.
Robin estaba sencillamente espantado por lo que oía y su expresión lo demostraba. Abrió la boca para decir algo pero de inmediato la cerró, suspiró con el ceño fruncido y se abstuvo de pronunciar cualquier palabra que complicara innecesariamente la situación. El plan era inesperado y audaz, no podía negarlo, sin embargo se precipitaba excesivamente y conseguía despertar en él un sentimiento de aversión tan profundo que deseó no tenerla cerca por más tiempo. Se dio la vuelta, se quedó quieto unos cuantos segundos, evaluando las ideas que llegaban a su mente y finalmente caminó seguro hasta las escaleras.
- ¿A dónde vas? - preguntó Marian, de pronto sintió la boca seca y una incomodidad en su pecho que no cambiaba, se mantenía estática y le impedía hacer más.
- A mi habitación - respondió. Pronto se perdió escaleras arriba y Marian se sentó en el mueble donde estuvo antes.
La incomodidad mutó a dolor con indeseada rapidez, sintió su cuerpo temblar. Su alterada respiración no se calmó cuando intentó regularla y esto la frustró, un calor abrasador le cubrió las mejillas y cuando menos lo esperó estaba llorando.
No hubo un solo lamento que interrumpiera la tormenta, ni un solo sonido emitido por sus labios, solo lágrimas y suspiros de un dolor tan arraigado en lo profundo de su ser que no podía ser reciente.
- Es mi culpa - se dijo a si misma mientras recordaba las palabras de Robin, una a una, desentrañando el significado de cada frase y palabra, imaginando respuestas ingeniosas y desenlaces distintos. Pero era tarde y aunque su deseo de cambiar lo sucedido fuera grande no existe solución a su problema.
Las lágrimas se secaron en su rostro tras un largo periodo de calma, la lluvia también fue mitigada y Marian, resuelta a no demostrar el agobio interno que la dominaba puso su mejor sonrisa y subió a ver a sus amigos.
Nadie mencionó que portara signos de llanto y esto le dio la seguridad que necesitaba para unirse a la conversación y dejar de lado el amargo recuerdo. Por dentro, aún quedaban vestigios de la vergüenza que le produjo la humillación, sin embargo disminuían fácilmente en compañía de sus amigos.
La llovizna cesó por completo en cierto punto de la tarde, cuando comenzaba a oscurecer. Marian mantenía vivo el deseo de ver a Robin otra vez antes de irse y luchó con valentía contra las ansias de ir a buscarlo, él nunca apareció.
Marian y Scarlett se despidieron de sus amigos y emprendieron camino hasta el castillo. El bosque estaba frío tras la tormenta, el sendero estaba inundado de barro y no hay más remedio que seguirlo, no hay otro camino.
- Ha comenzado el otoño - dijo Scarlett, y este fue uno de los muchos intentos por comenzar una conversación, pero su compañera se negaba a responder más allá de lo estrictamente necesario. Quiso comentarle que su primo apareció súbitamente en el segundo piso y se encerró en su alcoba, creyendo que Marian le relataría lo sucedido, en cambio logró que se cerrara hermética a cualquier esfuerzo suyo por hacer que hablara, sin saber que lo único que lograba era abrir una herida reciente que ni siquiera comenzaba a sanar.
1504 palabras 💚💙