Ataque

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La estancia de Lord Gudfred mantuvo a todos en el castillo ocupados, especialmente al príncipe Juan. El delicado estado de salud que parecía presentar el importante caballero lo obligaba a estar con él en todo momento, aún en contra de su voluntad. Ese día Scarlett recibió muchas órdenes para que revisara también a Marian, cuya condición era aún desconocida. 

Scarlett no pudo complir con el mandato hasta el ocaso. 

La cocina se iluminaba con los rayos naranjas del atardecer que calentaban algunos privilegiados sitios, en contraste con otros, a los cuales la sombra parecía congelar anticipadamente. Matilda esperaba a su hija mientras revolvía una pequeña olla sobre el fuego, Scarlett entró a la cocina y se sentó a la mesa, jugando con un trapo húmedo en sus manos. 

- Lávate las manos para cenar - pidió la madre - Tenemos poco tiempo antes de comenzar a preparar la cena, Lord Gudfred aún no sale de la cama y no sé qué otro disparate saldrá de su boca, toda la tarde estuve atendiendo sus caprichos. 

- También yo - murmuró Scarlett, estiró el pañuelo sobre la mesa todo lo que pudo y al contemplarlo sin arrugas y liso soltó un pesado suspiro. Usando sus manos como apoyo se puso de pie - Iré a ver a Marian. 

Matilda no se interpuso, solo continuó meneando con su cuchara de palo de un lado a otro.

A una distancia considerable se lograba escuchar a Marian cantando, Scarlett sonrió y entró sin tocar. 

- ¿Celebramos algo? - la princesa se sobresaltó pero sonrió también. 

- Puede ser - al momento se dio la vuelta y tomó un trozo de papel que puso frente a ella - No puedo contener mi dicha. He estado aquí, encerrada, desde que recibí la nota, solo porque quiero evitar ser llevada a la cena con Lord Gudfred y mi primo. Deseo con mi alma asistir a la cita que me propone Robin. 

- Te pide que se reunan... - dijo Scarlett, releyendo el mensaje escrito en el papel, evaluando cada curva de la caligrafía esmerada que tenía ante sus ojos. 

- Me sorprendió que dejara una nota, pero como la encontré al despertar después de una siesta me pareció natural que no haya querido despertarme.

- Tal vez entró en razón - revisó el respaldo del pequeño papel solo para encontrarlo vacío.

- Ya casi es hora de nuestro encuentro. He estado contando los segundos desde el momento que desperté.

- Marian, me alegro mucho por ti - ambas se fundieron en un afectuoso abrazo donde Scarlett murmuró palabras de apoyo y Marian se rió de todo, desbordando toda la felicidad que sentía - Tengo que ayudar a mi mamá - dijo, al alejarla un poco de su cuerpo - Pero vendré para que tomes tu baño y me cuentes todo lo que suceda. 

- Está bien - soltó su último suspiro apretando con fuerza las manos de Scarlett. 

Marian se quedó sola poco después. 

En su amplio armario se hallaba una capa de piel, gruesa, oscura. Al ponérsela su vestido fue oculto de manera total, de modo que si no fuera por su rostro nadie lograría adivinar quién deambulaba por el castillo de noche. 

Las velas que iluminaban su habitación se extinguieron tras el golpe de su aliento, solo el humo, invisible entre la penumbra, quedó de ellas.

La princesa atravesó el castillo y salió de él cubierta de la cabeza a los pies logrando que nadie la reconozca. En el puente levadizo pudo observar el bosque, apenas alterado por el viento de otoño. Del bolsillo de la capa extrajo la nota, usando la escasa luz que provenía de las antorchas de la entrada del castillo para leer. "Nos vemos en la entrada de Sherwood". Decía una línea y tras repasarla Marian sonrió y caminó segura por el sendero. En cuanto se internó entre los árboles el viento frío dejó de ser una amenaza y, debido a que estaba lejos de miradas indiscretas se quitó la capucha de la capa. Permaneció de pie durante un largo rato, hasta que la fatiga la obligó a apoyarse en un árbol y al momento que se acercaba a este recibió un violento empujón por la espalda. Quizá fue la fuerza o quizá la sorpresa, pero el ataque logró dejarla en el piso, totalmente desestabilizada. Algunas rocas del suelo lastimaron su rostro y sus manos. 

Marian apenas empezaba a reincorporarse cuando una patada en su estómago logró regresarla al estado de incapacidad inicial, de hecho mucho peor. El aire aún no regresaba por completo a su sistema cuando su atacante la tomó por el cabello y la obligó a levantar su rostro del suelo. Esta fue la primera vez que estuvo cerca de él, apenas tenía oportunidad de apreciar su fisionomía, su forma oscura que ocultaba su identidad y el brillo de la luna al rededor de su silueta. 

- No eres Robin  - exhaló, de sus ojos caían lágrimas perladas que humedecían sus mejillas sonrojadas y se mezclaban con la sangre que brotaba de sus rasguños. 

- Precisamente por eso estoy aquí - ajustó el agarre del cabello de la princesa provocando un gemido agudo, cargado de dolor de su parte - No vuelvas a acercarte a Robin o te asesinaré, Marian. 

No había nada en aquella figura oscura que indicara quién era, no emanaba ningún aroma ni tenía una voz particularmente especial, pero su forma ciertamente era distinta a la de Robin como Marian había mencionado. 

- Espero que hayas entendido mi mensaje.

Propinó otra patada, ahora directamente en la mandíbula de Marian, quien cayó al piso gritando de dolor. Tras esto la pelirroja recibió una nueva tanda de golpes por todo el cuerpo. 

Marian no supo en qué momento se detuvo, ni cuándo escapó. Tan solo podía sentir las heridas ardiendo en su piel y el sabor metálico de la sangre que manaba de su boca y humedecía la tierra sobre la que descansaba. 

Al momento siguiente el dolor se amortiguó, como suele ocurrir al momento de un accidente. Se trata de una calma anestésica que presagia un malestar físico más profundo y agobiante. Marian aprovechó ese momento de sosiego para levantarse y regresar al castillo. 

Los guardias que custodiaban la entrada tan solo vieron una figura encapuchada envuelta en un halo de tristeza que caminaba a pasos lentos y escondía su llanto ahogándolo sin conseguir pasar inadvertida. Uno de los soldados dejó su puesto y se acercó decidido a la figura, siendo detenido por su compañero antes de poder poner una mano encima del sospechoso. 

- Deja que pase - dijo el soldado despreocupado, juntos esperaron a que el encapuchado terminara su recorrido triste por el puente levadizo y solo hasta entonces se separaron - No es un ladrón - exclamó tranquilo. 

- ¿Cómo estás tan seguro? - el guardia, más joven y desconfiado no perdía de vista la figura de la capa que entraba con total confianza a la cocina.

- Solo el personal de más elevado rango y la nobleza tiene ropa como esa. Seguramente una dama de compañía de Lady Marian que fue a encontrarse con un amante al bosque. Ellas tienen prohibido acercarse con ningún hombre, así que de tu boca no saldrá ninguna palabra a menos de que quieras ver cómo cuelgan a todas. 

Marian no habia logrado calmar su desconsuelo y parada frente a la mesa de madera miró a Matilda correr de un lado a otro encargándose de la cocina. 

- Matilda - la mujer respondió un "¿Si?" amable, sin embargo no volteó nunca - Pídele a Scarlett que prepare mi baño y que lleve una botella de vino, de las que Ricardo me envió.

- Claro querida.

La princesa no esperó más y caminó a su habitación tan rápido como pudo. Una vez en ella se permitió llorar en voz alta mientras se veía en el espejo entre la oscuridad.

- Robin... - murmuró, dirigiéndose al espejo - ¿Serías capaz de enviar a alguien para que me aleje de ti definitivamente? - su voz se ahogó entre llantos sonoros y cayó de rodillas al suelo lamentando su mala suerte - Quizá te hayas encargado también de poner veneno en todos mis vinos para intoxicarme como has hecho con Lord Gudfred. No discutiré por eso contigo. Estoy dispuesta a aceptar un final prematuro solo si eres tú el que lo provoca.

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