Los papeles de Edward Lloyd

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(escrito probablemente en agosto de 2018. Revisado y corregido en septiembre del 2022)

Me llamo Erwin Nathanael Hutson, y escribo esto para dar a conocer la extraña impresión que he sufrido tras leer una serie de documentos de un amigo muy cercano a mí. Quizás también sirva para dar a conocer su obra desconocida por los muchos escritores del campo, así como los sucesos que llevaron a su trágica muerte; con el fin último de develar, de una vez por todas, el asunto para sus pocos amigos y familiares.

El pasado 25 de julio de 2016, me enteré del triste fallecimiento de Edward Lloyd; un cofrade con el que había trabado lazos amistosos desde hacía cuatro años.

El hecho me tomó por sorpresa e inquietó terriblemente mi espíritu, puesto que jamás se está preparado para algo como eso; y menos esperarlo de una persona como Edward.

Las noticias locales apenas hicieron eco de la noticia, aunque los rumores se extendieron poderosos como pólvora entre los habitantes al poco tiempo, quienes, con morbo y sin respeto alguno, comentaban acerca de la manera en que mi amigo se había suicidado.

Debido a que prácticamente nadie conocía a Edward, a excepción de mí y unos cuantos compañeros, que apenas se cuentan con los dedos de una mano; no se pudieron establecer las causas o razones concretas de tan lamentable suceso, ni por qué su familia más cercana no había tratado de auxiliarle.

Cabe mencionar que, a menudo, recibía visitas periódicas por parte mía, las cuales se extendieron un tanto después de que su madre falleciera.

Al cabo de un tiempo, dejó de mostrar rastros de depresión o tristeza, pero he de admitir que descuidé dichas visitas durante los meses más tranquilos posteriores al duelo, tiempo que pidió abiertamente reservar para estar solo.

Respetando su decisión con cautela, me preocupé al principio, sabiendo que a menudo mi amigo mostraba un comportamiento tendente hacia la melancolía; y que llevaba años desocupado, en los cuales no había tenido un empleo o afición que se pudiera llamar verdadera. Pero enseguida cavilé en nuestras últimas charlas y tertulias, durante las cuales había exhibido un comportamiento optimista y alegre, así como un temperamento y apariencia para nada descuidados.

Expresó que se iba a tomar un periodo para relajarse y meditar en las cosas que le habían sucedido, prometiendo llamarme en caso de que necesitara cualquier clase de ayuda. De modo que, mi última cita antes de despedirme definitivamente, ocurrió a mediados de mayo del presente año.

Si puedo decir algo sobre Edward Lloyd, es que él era extrañamente diferente al resto de los hombres jóvenes. Apocado, temeroso e imaginativo, son algunos de los calificativos que asignaría a su persona. Su único pasatiempo amado era la escritura, y era la razón por la cual nos habíamos conocido.

Solíamos hablar acerca de nuestros textos, y me parecía que muchos de ellos eran lo suficientemente buenos; aunque por alguna razón él era demasiado áspero consigo mismo.

Se mostraba reacio a darse escapadas para mostrar su talento para el círculo de escritores al que yo pertenecía cuando lo invitaba, y se silenciaba durante las reuniones, siempre relegando su turno hasta el final, y dejando que otros leyeran sus manuscritos con vergüenza.

Lo contrario sucedía cuando Edward Lloyd estaba solo en compañía conmigo. La soltura con la que se expresaba y maquinaba con sus dedos sobre el teclado era esplendorosa. Parecía que su timidez y encogimiento se desvanecían como por arte de magia, al tiempo que el rubor y sudor de su cara desaparecían con el paso de los minutos.

Mi colega siempre pareció reflejar un brillo intenso en su tez, contagioso cada vez que comentaba sobre las cosas que le agradaban, lo cual disentía en sobremanera con su otra personalidad cobarde y asustadiza.

Edward Lloyd y otros cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora