5. El renegado

29 1 0
                                    

Me encontré a mí misma caminando en dirección a la iglesia, de alguna manera había logrado detener mi llanto y avanzaba con prisa, pues sabía que, al estar más cerca, Davian llegaría primero y no quería hacerlo esperar mucho, ya era demasiado con que estuviese intentando ayudarme con esto.

      Deliberé en que debería decirle y que no, ya que lo que menos quería era terminar asustándolo con una frase tipo "no recuerdo una semana de mi vida, renuncié a mi trabajo, tengo sueños raros y estoy en medio de un delirio psicótico, ayuda por favor".

      Fruncí el ceño de solo pensarlo y como no vi otra alternativa, decidí que le comentaría apenas lo de la renuncia y mi malestar, sin ahondar más en el asunto, argumentando inevitablemente que "fue un error mío".

      Pasé entonces frente a la iglesia y un par de vagabundos subían las escalinatas de camino a la puerta ligeramente entreabierta, donde una de las monjas esperaba con expresión trémula.

      En menos de nada ya estaba en el parque y vi una figura sentada en una de las sillas de la pequeña plaza central, como no había nadie más cerca caminé hacia su dirección y al acercarme comprobé aliviada que efectivamente era Davian.

-       Davian – dije cuando estuve lo suficientemente cerca y él giró la cabeza hacia donde yo estaba, poniéndose de pie y acercándose.

-       Elsie, que alivio – repuso y se acercó para saludarme con un rápido abrazo.

      Ambos nos sentamos en la silla y sintiendo como mi corazón parecía retumbar en mis oídos de los nervios, comencé a hablar.

-       Gracias por esto – repuse apenada y sintiendo como se me aguaban los ojos.

-       No hay porque – dijo amablemente y me regaló una mirada preocupada – ¿Qué paso?

      Tome aire e intente formular una frase coherente.

-       Yo... cometí una equivocación y ahora ya no trabajo en el periódico.

      El silencio entre su respuesta pareció ensordecerme momentáneamente.

-       Lamento escucharlo – dijo sincero, y se quedó en silencio, esperando a que continuase hablando.

-       Todo sucedió tan repentinamente que perdí la noción del tiempo – intenté explicarme –, de nuevo disculpe por favor lo de la visita de ayer, se me borró totalmente de la cabeza y encima estuve bastante enferma, creo que... – mi voz comenzó a sonar temblorosa e inevitablemente un par de lágrimas se escurrieron por mi rostro – creo que me sucedieron muchas cosas en poco tiempo y siento como si fuese a perder la compostura.

      No era del todo la explicación razonable que quería dar, no obstante, debido mi inestable estado emocional fue lo mejor que pude articular.

-       ¿Y hay alguna forma en que pueda ayudarle para solucionarlo? – repuso en tono comprensivo – puede parecer muy agobiante ahora, pero normalmente este tipo de cosas tienen una solución.

      Yo negué con la cabeza.

-       Renuncié – dije de forma tajante y respiré de forma entrecortada, para este punto ya estaba llorando con más o menos libertad –, ayer fui a hablar con mi jefe para ver si podía hacer algo, pero...

-       Entiendo – repuso y me tomó del brazo al notar que subía la voz en un intento por seguir hablando y sollozar al mismo tiempo, entonces callé y me permití llorar durante un rato.

      El sonido de mi llanto que intentaba contener a medias sonaba en mis oídos extraño y me hacía sentir vergüenza de mí misma, aun así, poco o nada podía hacer para detenerlo. Entre toda mi tristeza se entremezcló una especie de alivio por la presencia de Davian, que paciente y calmado, me acompañaba en mi malestar.

Adeptos, Condenados e InsignificantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora