One Shot Romione

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El día de San Valentín, Hermione dormía profundamente en su cama. Estaba sola, pues su marido Ronald Weasley, el auror, había tenido que salir del país por temas de trabajo.
Unos pasos sonaron por el pasillo y delicadamente, la puerta de su habitación se abrió.
Sus dos pequeños, de puntillas, se acercaban a su madre.

-Mamá-susurró Rose-mamá, despierta.

Hermione, perezosamente, abrió los ojos, encontrándose a Rose y Hugo delante de ella. Sonrió.

-Mamá, acaba de llegar esto-dijo Hugo.

La madre de los niños se asomó y encontró un gran paquete en el suelo junto a ellos. Cogió su varita de la mesilla y tocó el envoltorio con la punta de esta. El papel se retiró y dejó a la vista un gran ramo de flores. Hermione se levantó de la cama, lo recogió del suelo y se volvió a sentar. De entre las flores, sobresalía una pequeña carta.

«Hermione, aquí hay 400 rosas, una por cada pelea»

Releyó esa frase hasta que comprendió de quién se trataba. Sus hijos la miraban expectantes y curiosos.

-¿De quién es?-preguntó el pequeño Hugo.
-De tu padre-respondió Hermione. Su sonrisa se hacía cada vez más grande-¿quién quiere desayunar?
-¡Yo!-gritaron ambos niños y salieron corriendo hacia la planta de abajo.

El día transcurrió como uno normal. Pasaron la tarde jugando y viendo aquel cacharro muggle que Ron no entendía y que Hermione llamaba televisión.
Cuando el sol empezaba a esconderse entre las colinas, decidió ducharse, para poder despejarse un poco.
Subió y dejó a los niños abajo, mientras Rose y Hugo miraban entretenidamente la televisión.
De pronto, olleron unos toques en la puerta de entrada. Sigilosamente se acercaron y miraron por la ventana de esta. Hugo se puso a dar saltos y a gritar mientras Rose, abría la puerta.

-¿Que son esos gritos?

Hermione bajaba las escaleras descalza. Llevaba puesta una camiseta de Ron, que le quedaba muy por encima de las rodillas. Su pelo mojado le caía por los hombros.
La mirada de Ron la recorrió de arriba a abajo. La chica se quedó plantada en las escaleras, observando como su marido sonreía cada vez más.

-¿No me vas a decir nada?

Ella corrió a sus brazos y besó a Ron con todas sus ganas. Él, que no se lo esperaba, pues pocas veces ocurría esto, le costó unos segundos en reaccionar, pero le correspondió el beso mientras sus hijos hacían sonidos extraños. Hermione miró una vez más al hombre que tenía delante y se separó de él.

-¿Por qué has venido tan pronto?
-¿No te alegras?
-Que tonto eres.
-Que guapa estás.

La chica volvió a sonreír sonrojada.

-Vamos a cenar.

La cena transcurrió entre risas y anécdotas que los pequeños le contaban a su padre la semana que él no había estado. Ron estaba muy contento de haber vuelto a casa y ver a su familia de nuevo. Su mujer los miraba cariñosamente a los tres y, discretamente a su chico, que a veces, también la miraba a ella.

Cuando terminaron de cenar, el padre llevó a sus hijos a la cama y esperó a que se durmiesen. Cuando lo hicieron, volvió a su habitación y se encontró a Hermione de espaldas. Se apoyó en el marco de la pared mirando a su preciosa esposa.

-¿Te ha gustado el regalo?
-No sabes cuanto-respondió dándose la vuelta.

Se miraron unos instantes más y la chica se acercó a su marido. Sus labios encajaban a la perfección, como dos piezas de un puzzle. Las manos de Hermione, temblorosas, desabrochaba los botones de la camisa de Ron, mientras este, levantaba poco a poco la camiseta que llevaba ella. Sin mirar, Ron cerró la puerta, por sí acaso e hizo que Hermione se tumbase en la cama. Sus labios seguían juntos. Las manos de él acariciaban suavemente a su mujer. Ella enrollaba en sus dedos, uno de sus mechones pelirrojos.

-Te quiero -susurró Weasley sobre los labios de su mujer.
-Te voy a agradecer esta noche todo lo que has hecho por mí.
-¿Y que he hecho?
-Hacerme la mujer más feliz del mundo.

Aquella noche, ambos se demostraron todo lo que sentían el uno por el otro, algo, que sólo ellos sabían.

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