Capítulo veinte

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El entrenamiento por fin acabó y posiblemente mi segunda vida comenzará... Si acaso no muero por ese maldito ritual de iniciación

Leonardo Foster

La felicidad nunca es buena en su totalidad. Incluso, considero que la primera muerte de cualquier artista es cuando su vida es plena y sin problemas. ¿Qué podría escribir? ¿Cuál puede ser su musa? ¿Cómo seguiría soñando? ¿En qué se inspirará? Por eso, nunca he dejado el dibujo. A pesar de todo el dolor que desató la desaparición de mi padre, no pude dejar de hacerlo. La pintura es muy costosa, pero los dibujos de la madrugada, donde los sentimientos florecen sin problema alguno, tienen otro valor.

Por una pequeña abertura entre las cortinas, entra un pequeño hilo de luz que ilumina desde mi sien hasta mi quijada. Además, se escucha como las gotas de agua se golpean contra el vidrio y la pared. Unos cuantos rayos han comenzado a caer, pero no son tan constantes. Algo gracioso, es que cuando llegamos a la Tierra, ninguno notó que llovía.

Heather está a mi lado dormitando con la cabeza inclinada hacia mi lado. Su mano izquierda está doblada y sostiene su barbilla. La otra, se posa sobre las cobijas.

Me apoyo sobre mi codo para observar su rostro. La cercanía es corta, de manera que siento el calor emanado por su cuerpo.

La calma que me transmitía me reconfortaba.

La necesidad de retratarla arrasó mi cabeza. Tenía que hacer un boceto. Ya. Luego la haría grande en un lienzo, pero tenía que dibujarla de urgencia.

Estire mi brazo hacia mi velador sin mover otro centímetro de mi cuerpo. Un músculo me dolió, pero lo aguante lo suficiente para sacar el lápiz y un cuaderno del primer cajón de mi velador. En medio de la penumbra y haciendo útil ese rayo de luz, dibujé a Heather con los rasgos que tengo marcados ya en la memoria.

Terminado el dibujo, dejé sobre la almohada mi cuaderno. Me muevo un poco, hasta quedar de lado, en una posición que me permita ver a Heather sin problema.

La nostalgia me envuelve. El día está oscuro por la lluvia y lo más doloroso es que escuché el momento en el que Letha salió de su cuarto y bajó. Cierta ansiedad me retuerce la tripa. El deseo de abrazar a la castaña es tanto, pero el miedo de ser rechazado me detiene a centímetros. Retrocedo un poco.

Con mucho esfuerzo, puse la mente en blanco y cerré los ojos queriendo descansar. Estaba más adormilado, cuando un quejido me levantó de golpe.

—No... la mat...—murmura Heather con movimientos bruscos.

Restriego mis ojos. Me recompongo mientras ella sigue murmurando y moviéndose.

—Heather, despierta. —La sostuve de los hombros y la moví con cuidado.

—No... basta... dej...

Seguí insistiendo para levantarla.

No lo hizo hasta que soltó una chispa que me dió justo en el estómago.

—¡Aaaaah! —grité al comienzo por la impresión. Me volví acostar en la cama, retorciéndome porque la tripa empezó a doler.

Heather se despertó en ese momento y de inmediato me atendió, arrodillándose en la cama.

—¿Estás bien? ¿Qué te hice? —me pregunta. Sujeta mi brazo, tratando de girarme. Hice todo lo posible para dejarme llevar por el jaloneo de Heather.

—¡Leo! Hablame. ¡Por Neplaté! ¿Qué he hecho?

Inevitablemente, su voz se entrecorta.

—Tranquila —dije recuperando la fuerza necesaria para articular palabra.

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⏰ Última actualización: Sep 17 ⏰

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Reino sobre cenizas; Frenesí (Saga #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora