Capítulo cuatro

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Hoy morí dos veces más; una con mi madre en forma de palabras y otra con una espada atravesada por mi pecho

Leonardo Foster

El golpe de frío en mi nariz me despierta. Me ardía como los mil demonios por las bajas temperaturas. El agua golpeando las piedras y el sonido de los grillos armonizan el ambiente. Mi cuerpo empieza a tiritar.

¿En dónde estoy? ¿Qué pasó conmigo?

Abrí mis ojos con dificultad. Lo primero que observé, fueron las estrellas que adornaban el cielo nocturno. Mis párpados se sentían pesados, queriendo volverse a cerrar, sin preocuparse por el lugar. Deduzco que estoy en el río de Percrassfil.

Mi cabeza dolía muchísimo, como si un corazón estuviera en medio de la corteza y del cerebro. Me quede quieto, hasta que mis huesos puedan moverse.

Tras largos segundos tratando de movilizarme, un suspiro salió de mis labios. Me concentré en mi respiración. Parecía que todo estaba bien dentro de mi.

Solté un quejido al girarme a mi lado derecho. Con ayuda de mi codo, me impulsé. El césped está húmedo. Mi visión es limitada. No recordaba nada. ¿Qué me pasó? Un segundo estaba sacando mis audífonos y al otro... despertaba tirado, cerca del río.

Aún en la oscuridad, toqué mis brazos y mi estómago como reflejo, asegurándome de si tenía o no algún tipo de herida.

Estoy tan confundido.

De la nada, un golpe de calor me reconforta, pero el dolor de mi cabeza se intensifica unos segundos.

Coloqué mi mano a unos centímetros de mí con el fin de ponerme de pie. Sentí mi mochila. La tomé con precaución. No me dan miedo los insectos, pero si la incertidumbre de no saber lo que pasaba. Me puse de pie como pude. Metí la mano en mi bolsillo y estaba mi celular sin ningún rasguño por lo que logré sentir. Subí la pequeña cuesta para salir a la calle, agarrándome de la hierba.

Use toda mi fuerza para caminar en dirección de mi casa.

No me había olvidado de mi hermana. Fue mi primer pensamiento al darme cuenta que de un momento a otro anocheció, que de un momento a otro mi cuerpo estaba tirado en la orilla del río. Fue una lucha interna de ir a buscarla a la escuela o irme a mi casa. Estoy demasiado agotado para dar un paso más.

No había nadie por las calles. Caí sobre la vereda sentado, apoyado, apenas en mi codo del brazo derecho. No pasaba ni un mísero coche como tampoco un alma en pena... espera ¿qué?

Mi cuerpo dolía a cada movimiento. ¿Qué mierda me pasó? De nuevo, intente ponerme de pie. Esta vez no fue tan difícil, el problema era al caminar.

Tarde más de lo previsto llegar a mi casa, porque a cada cuadra que caminaba, me detenía a descansar por mis piernas. Parecía que se iban a romper.

Al estar frente a la puerta, me percate que todas las luces están encendidas de la planta baja. Con Letha, tenemos la regla de economizar todo lo que podamos, así que era obvio que alguien más estaba.

Toqué la puerta.

No tarda mucho Helena en abrirla.

La primera emoción que sentí al igual que ella fue el desconcierto.

—¿Leo? — Abre los ojos y empieza a llorar. Sus lágrimas se mezclan con su sonrisa llena de paz —. Es él.

Di un paso. El zaguán es pequeño y está enfrente de las gradas, porque Letha apenas me ve desde los escalones, corre hacia mí para abrazarme entre llanto. Por poco me arroja de espaldas contra el suelo. Lo evité al sostenerme del marco de la puerta.

Reino sobre cenizas; Frenesí (Saga #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora