Capítulo diecinueve

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El mundo esconde a las peores almas y ese niño sigue luchando para no caer en ese abismo de dolor

Leonardo Foster

Estoy caminando de un lado a otro en la habitación de Heather bajo su atenta mirada. Nos rodea un silencio embarazoso, aunque algo satisfactorio es que por muy grande que sea el castillo, logré llegar al cuarto sin problema. Lo malo fueron los miles escalones que nos tocó subir.

Lara tenía razón, desafiar a Noth, con muchas razones de base, fue muy satisfactorio. Sin embargo, al disiparse cualquier rastro de enojo, solté la mano de Heather apenas entrando a la habitación y los nervios tiñeron de rojo carmesí mis mejillas.

Pasado algunos minutos, Heather se recostó en su cama, sacando chispas de su mano. Supongo que es una especie de tic, porque cada vez que le sucede se asusta.

De repente, me detengo y la miro con desesperación, mientras ella se sentaba en la cama con impaciencia. Al mismo tiempo, nos llamamos mutuamente y sonreímos nerviosos ante esa absurda situación.

¿Cómo se solucionan los problemas de pareja? ¡Qué complicado!

—Tú, primero —me cede la palabra Heather, sonriendo y agachando la cabeza.

—Antes que todo, mírame —pedí. Apoyé una rodilla sobre la cama y mis dos manos para equilibrarme. Necesitaba que me mirara. Necesitaba ser consciente que su atención era solo mía.

Heather levantó su rostro y nuestras miradas se conectaron con mucha rapidez. Puede ser que estén deseosas de encontrarse una vez al día.

—¿Por qué lo quieres? —pregunta al instante que sus nervios le ganan y baja su mirada a sus manos.

—Para que mi disculpa tenga sentido. —Me impulso con mi pie para subirme a la cama y gateo hasta llegar a su lado.

—Creo que la única que debe pedir perdón por su impulsividad, soy yo —admite dubitativa. Empieza a jugar con sus dedos y hace un puchero de vergüenza.

—No, tú no Heather. Sólo perdóname, sé que pido mucho pero... No, ningún "pero", perdóname —rectifico, porque una disculpa no tendría sentido si empiezo a justificarme.

Me siento muy cerca de Heather y cruzo mis piernas. Me inclino hacia delante y alcanzo a tomar sus dos manos. Su piel es cálida y es evidente sus nervios porque están un poco sudorosas. Una sensación similar a un hogar cálido me embriaga.

—Déjame contarte todo lo que pasó en la mañana, así entenderás la razón de mi desaparición —musito con ternura, casi rogando a que se gire y me mire—. La única condición es que me mires.

Los segundos que tarda en voltearse se vuelven eternos, más cuando se mueve de una manera tan lenta. Afortunadamente, la recompensa de tener su mirada sobre mí es enorme, porque sus ojos destellan como trozos de cristales. No hay palabras existentes que alcancen a describir esa belleza.

—Otra condición que pido es... —los hombros de Heather se levantan llevados por un suspiro—, es que nunca dejes de mirarme. Hazlo sin miedo, intimidame porque no conozco otra forma de sentirme tuyo. Amo nuestro silencio, pero lo hago cuando me miras. No cuando tenemos mucho que decir y solo bajas la mirada.

Heather se sorprende. Por sus gestos, deduzco que quiere objetar. Gracias al cielo, no sabe cómo y acepta casi a regañadientes.

—Está bien. Tú ganas. —Sube sus piernas a la cama y yo me acomodo a su lado, sin querer soltar su mano—. Intentaré no...—se aclara la garganta y susurra—, avergonzarme.

Reino sobre cenizas; Frenesí (Saga #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora