Peón Forestal. Esnou nunca se había planteado trabajar en la naturaleza, acostumbrado a estar encerrado en fábricas donde el calor era sofocante en verano y el frío te congelaba en invierno, la suciedad campaba a sus anchas y la compañía, en su experiencia, dejaba bastante que desear. Por eso decidió tomarse esta oportunidad como un reinicio de sí mismo.
Ahora trabaja al aire libre, rodeado de verde. Limpiaba sendas, abría caminos con la desbrozadota y, de vez en cuando, se dedicaba a caerse de mil maneras diferentes mientras se subía a sitios imposibles para podar. Toda una experiencia que, después de tantos años sin trabajar, le estaba cambiando la vida positivamente. ¡Incluso estaba adelgazando!
—He, muchacho, ¿tienes un nueces? —increpó una voz áspera y grave—. Pero no seas un rácano¹. Dame un buen puñado.
El tamer se giró hacía atrás para mirar a su compañero de jornada: un hombre orondo y calvo de poco más de sesenta años, de carácter gruñón y un sentido del humor que no tenía fin.
—Y después me pedirás un chicle, ¿no?
—Dos. Con uno no tengo suficiente —replicó Juan Carlos.
Aunque tenían la orden de no trabajar con ningún tipo de carga, Esnou siempre llevaba la mochila en la espalda sobre el uniforme reglamentario, de color azul y naranja. Allí solía guardar todo tipo de cosas, desde tijeras de poda pequeñas, hilo para las máquinas, botellas de agua y, en efecto, una bolsa de nueces para picotear de forma sana.
—Aquí tienes. —Alzó la bolsa a la espera de que el hombre pusiera las manos bajo ella para servirle.
—¡Trae aquí! —De un tirón le quitó la bolsa y se echó tal cantidad, que casi tiró todo—. ¿Algo que decir?
Apenas se conocían de un par de semanas, pero ambos habían sabido encajarse a la perfección. A los pocos días de comenzar, Juan Carlos sacó el tema de la sexualidad del tamer, cogiéndole por sorpresa, para decirle que no permitiría que nadie se metiera con él por sus gustos.
—Nop. —Cogió la bolsa, la cerró y la guardó de nuevo en su mochila—. Bueno, sí. Ni con esas gafas ocultas lo feo que eres —bromeó.
El hombre se rió a carcajada abierta.
Aquel día se encontraban trabajando por parejas en un antiguo camino que conducía a las minas. Asturias había sido un bastión minero, pero con el pasar de los años se fueron cerrando la mayoría excavaciones, lo que llevó al abandono de instalaciones y vías ferroviarias, que quedaron en el olvido hasta derrumbarse. No obstante, el actual acalde quería ampliar la red de sendas secundarias para atraer al turismo de cara al verano.
Si bien ambos estaban en el equipo de poda, lo cierto es que no había mucho que podar. Las ramas de los árboles no invadían el espacio del camino, así que mayormente estaban rastrillando hacia el lateral derecho la maleza que había sido desbrozada por sus compañeros.
—Vamos, o nos quedaremos retrasados respecto al resto —señaló Esnou—. Somos el vagón de cola.
—¡Yo soy el vagón de cola! —resaltó enseguida Juan Carlos—. Yo soy donante, no tomante². No lo olvides.
De pronto, y casi con tanta fugacidad que este último no fue capaz de darse cuenta, unas sombras negras saltaron entre las copas de los árboles. Pero el tamer sí de fijó. Unas sombras demasiado grandes para pertenecer a ningún animal autóctono de la zona.
Durante la jornada laboral tenía las manos atadas, sobre todo si había testigos delante. Así que no le quedaría más remedio que esperar a que diesen las tres en punto y, por su cuenta, regresar para investigar.
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Digimon: Arkadia
FanfictionDIGIMON: ARKADIA || ¿Y si tuvieras la oportunidad de ser el protagonista de tu propia historia Digimon? Acompañado por Bearmon, permitidme que os narre la mía. Juntos viviremos mil aventuras y peligros en un viaje de ensueño hacia lo desconocido. ¿O...