11. Dos llamas de fuego.

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— ¡Casi no logro salir... ¿Jasper? ¿a dónde va sin mi? — Preguntó Diana, ligeramente agitada por haber trotado hasta el lugar donde anteriormente Jasper y Shelly habían compartido un fugaz beso. Para suerte de los dos chicos, ella no pudo presenciar nada.

Pero la asiática no miró con buenos ojos a Diana. — Está molesto, si no quieres quedarte sin chofer deberías empezar a correr. — murmuró la de ojos azules.

— Ah, ¿no sabes qué lo ocurre? creo que no quería venir a la fiesta en primer lugar. — Se rascó la cabeza, confusa.

— ... ¿Y a ti qué te importa? ¿eres su novia acaso? — Preguntó Shelly, agitada en su interior.

— ¿Novia? — Diana rió, mirando a la otra pelinegra con confusión. — Para nada... solo me pidió que lo acompañara, eso es todo. — Desvió la mirada. — ¡Y ya me voy! que creo que ya encendió el auto, ah... ¡n-nos vemos después! — Dijo la mujer, antes de salir corriendo tras el más alto de los tres.

— Sí, nos vemos. — Murmuró Shelly. Internamente sentía celos y molestia extrema. Celos por ver cómo otra mujer bonita se iba con el chico que rondaba continuamente su mente, y molesta por el hecho de no saber qué pasaba por la cabeza del rubio. Era todo muy confuso para ella, pero más para él.

Diana se subió al auto y el silencio inundó el pequeño espacio, mientras este se hallaba con una mirada turbada, molesta, y solo se centraba en poner en marcha el carro. La tensión era palpable en el aire y incluso la extrovertida chica no tenía las agallas para preguntar qué pasó, aunque finalmente infló sus pulmones con aire, antes de abrir los labios.

— ¿Me ibas a dejar aquí tirada? — Preguntó Diana, mirándolo.

— Lo siento, pero ya me harté de la fiesta. — Giró el volante y presionó el acelerador.

— ... — Diana se airó con Jasper por dejarla prácticamente sin explicación, mas optó por callar.

El viaje fue corto, pero muy tenso y callado. Al aparcar, Diana se bajó y azotó la puerta del auto, pero el más alto permaneció dentro del carro, apagándolo después. El varón alzó la mano derecha y tocó su labio inferior con los dedos índice y medio, recordando el anterior beso que Shelly le robó y reviviendo el cosquilleo que había sentido recorrer su espina dorsal en ese entonces. Su corazón se volvió a acelerar ligeramente, mas él frotó sus labios contra la tela de sus ropas, como si con eso lograse quitarse o olvidarse de cómo se sintió el beso.

Shelly se quedó en el patio de la escuela, se dispuso a fumar en soledad mientras fruncía el ceño bajo el estrellado cielo. Luis se le acercó por la espalda, rozando la cintura de la pelinegra con los dedos.

— ¿Qué haces acá atrás? — Sonrió.

Ella negó, su mirada parecía perdida. — Pensando. Déjame sola. —

— Ya veo. — Dijo él, acercándose un poco más para arrebatarle el cigarrillo de las manos. — ¿Te dejó plantada? —

Shelly subió los azulados ojos hasta el hijo del director, arrugando el entrecejo. Su expresión decía de manera inconsciente "¿Cómo lo sabes?"

Luis se rio, dándole una calada al cigarrillo. — La vieja Shelly no está acostumbrada a que la rechacen, ¿eh? no me digas que fue el tipo que mide como dos metros y tiene cara de perro bravo. — La miró.

... — Nadie me rechazó. — pausó. — Solo huyó de mi como si yo fuera una cosa asquerosa. —

Luis alzó las cejas, sorprendido ante la confesión. — Le atiné. — Exhaló el humo. — ¿Y dices que no eres una cosa asquerosa? Vamos, los dos sabemos que lo eres. —

Debí huir el día que la conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora