4. Hogar, terrible hogar.

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Aquella noche Shelly se hallaba recostada sobre el colchón redondo lleno de agua y cubierto con sábanas de color rojo carmesí, tan suaves y brillantes como solo el satín puede serlo. Era su ritual después de la escuela, meterse al baño y tardarse algunas horas sumergida en aquel jacuzzi de burbujas, con algunas velas y sus playlist de música vulgar, extremadamente bailable.

Algo que amaba Shelly era tomarse un tiempo para dedicárselo a la única persona que siempre estuvo y estará allí para ella: ella misma. Además de su rutina de cuidado de piel con scrubs y productos llenos de olor a coco o a cherry, solía ir a tomar masajes alrededor de dos o tres veces al mes. Este no fue el caso, pues su mente estaba llena de algunos atributos que le habían llamado especialmente la atención. Haberle cortado a Jasper aquella mascarilla había valido la pena, después de todo, solo perdió una o dos gotas de sangre en el proceso.

La fémina salió del baño con una sonrisa ligera pero inusual en los labios. Mientras andaba, iba envolviéndose en una bata de satín negra que se ató a la cintura mientras salía a su espaciosa habitación. Aquella era su guarida secreta, su castillo, su rincón preferido del planeta. Olía a cherry y estaba decorado con muebles góticos y colores como el negro, el rojo y el dorado. La estudiante se recostó sobre la cama y deslizaba el pulgar en la pantalla del móvil al que prestaba toda su atención, cuando una llamada entrante de Cal invadió su pantalla.

Shelly suspiró. ─ ¿Hol- ─

─ ¡Shelly! Necesito tu ayuda... te contaré más detalles al rato pero estoy en la puerta de tu casa  y y y necesito entrar y-. Por favooooooooooooooooor, ayúdame, Shelly.. ─ Hablaba la rubia, con voz desesperada.

La pelinegra se levantó y apuró en salir de la cama. Tras ponerse aquellas pantuflas peludas bajó presurosamente las escaleras. A medida que bajaba, más fuerte se hacía la música pop que inundaba la casa, aquel alboroto era producto de su madrastra. Cuando llegó a la puerta, abrió con algo de vergüenza a su amiga Cal, pero la rubia no le dio importancia alguna a la música, solo saltó a los brazos de Shelly para abrazarla delicadamente.

─ ¡Muuuuuuchas gracias Shelly, eres la mejor! ─ y cambió su expresión a una más apenada, antes de seguir hablando. ─ ¿Crees que pueda pasar esta noche en tu casa? te lo ruego..

Shelly, hastiada de los cánticos horripilantes de su madrastra y la música cursi que oía tan fuertemente, solo hizo un gesto con un chasquido de lengua e invitó a Cal, con un leve cabeceo, a que entrara a la casa. La rubia rápidamente obedeció y ambas subieron pronto los escalones, mientras Cal parecía maravillada por el estilo de vida y la casa tan grande de Shelly.

Cuando finalmente estuvieron en la habitación de la pelinegra, la rubia saltó a la cama de la otra para hundirse entre las rojas sábanas, mientras Shelly se quedaba de pie en una esquina de la habitación, de brazos cruzados observando a su amiga divertirse. La pelinegra soltó un pequeño bufido, sonriendo.

─ ¿Qué haces? ─

─ ¡Dios! No entiendo porqué nunca nos has invitado a tu casa ¡esto es un castillo! ¡y tu cama es de agua! ¡y tu ropero es del tamaño de mi habitación! ¡y todo lo que ven estos ojitos son cosas costosas y hermosas! ¡Por favor, toda tu casa es tan elegante, Shelly! ─ Parloteaba aquella, ahora sentada sobre la inquieta cama.

─ No exageres, tu casa es muy linda también... además, mi nueva madrastra hace unos escándalos terribles. Espero que padre llegue pronto para que pueda volver la frialdad y el silencio a esta casa. ─ Rodó los ojos.

─ ¿Madrastra? ─ rió. ─ Creí oírte decir que tu papá tenía una novia diferente cada año. ─

─ Y eso es cierto, pero esta mujer lleva mucho más que solo un año en esta casa. Creo que mi padre le tiene algo de aprecio genuino a esta mujer. ─ se encogió de hombros, recostándose en la cama de forma pausada.

Debí huir el día que la conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora