Salida a Hogsmeade (parte 2/2)

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El Slytherin llevaba ya un buen rato buscando a Hermione, pero no había rastro de ella. La mayor parte de los estudiantes se encontraban camino al pueblo, o en sus respectivas salas comunes, por lo que el lugar se encontraba desierto. Había visto a Potter y Weasley salir con sus amigos a Hogsmeade, pero no había visto a la chica con ellos. En aquel momento hubiera deseado preguntarles dónde estaba la leona, pero sabía que no podía hacerlo. Que fuesen sus peores enemigos, en aquel momento no estaba siéndole de utilidad.

Ya estaba volviendo al comedor, cuando escuchó una voz a sus espaldas.

—¡Draco! —Se volteó a tiempo para ver a la leona correr por las escaleras en su dirección.

La Griffindor le sonreía dulcemente, y acunaba entre sus brazos un libro de tapa azul gastada. Draco no advirtió cuando le devolvió sin remordimientos aquella sonrisa, y caminó hacia ella.

—Lo siento, se me hizo algo tarde —susurró ella con las mejillas sonrojadas, apretando más el libro contra su pecho.

—¿Vamos ya? —preguntó el Slytherin moviendo la cabeza a ambos lados burlándose de la chica. Hermione se mordió el labio y asintió. Caminaron por el castillo hasta las puertas principales, dónde quedaban unos pocos carruajes libres.

El trayecto a Hogsmeade fue silencioso y corto. Apenas cruzaron unas cuantas palabras, pero aquel silencio no fue incómodo, tan sólo permitió a ambos adentrarse en sus propios pensamientos y disfrutar del paisaje nevado.

Draco observaba sin prestar atención los árboles que pasaban a su lado. Ya no se sentía el mismo desde el beso. Sentía que actuaba naturalmente junto a la chica; que podía mantener el silencio y las conversaciones. No se veía forzado a fingir. Cuando estaba con Hermione, era él mismo.

Miró por el rabillo del ojo a su compañera de viaje, y se fijó en cada detalle que pudo encontrar en ella: la forma en que sus cabellos danzaban con el viento, revolviéndose y pegándose en su rostro; la forma en la que mordía su labio inferior mientras se concentraba en el camino. Se fijó en su rostro angelical. Se veía hermosa.

Y así se quedó, ensimismado en su estudio, hasta que llegaron al pueblo.

-Draco... creo que no deberíamos ir aún a Hogsmeade. Ya sabes, hay muchos estudiantes en las calles y...y... -la chica vacilaba continuamente, intentando encontrar las palabras adecuadas para que no sonara mal. Pero él comprendió al instante a qué se refería. Y ella tenía razón, no podían mostrarse en público juntos. Tenía que mantener a Hermione en secreto, se lo había prometido a sí mismo.

—Tienes razón —acordó Draco, mirando hacia la casa de los gritos. Y tuvo una brillante idea. Se apremió a sí mismo esbozando una seductora sonrisa—. Sígueme, más tarde iremos a tomar algo a Hogsmeade.

De inmediato tómo su mano, quién lo miraba con el rostro lleno de confusión. Se adentraron en el pequeño bosque y caminaron hasta las vallas que delimitaban el terreno del abandonado lugar: la casa de los gritos. Pero no siguieron adelante, sino que se sentaron allí, junto al alambrado.

Un incómodo silencio amenazó por un instante tomar las riendas de la situación, pero Draco no iba a permitirlo.

Los ojos del Slytherin se encontraron con aquella mirada marrón que más de una vez lo habían apresado, perdiéndose en ellos. Se sorprendió al ver lo tranquilo que se sentía, en calma. Sostuvo la mirada de la leona mientras tomaba aire y hablaba:

—Hermione, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Claro, dime —respondió la leona con ojos curiosos.

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