La mañana siguiente llegó tranquila, como si el mundo mismo le regalara una pausa a la pequeña Alice. Los rayos del sol se filtraban suavemente por las cortinas, cubriendo la habitación con un resplandor dorado. Los suaves sonidos del viento susurraban entre las hojas, y en la distancia se escuchaba el eco lejano del agua corriendo desde la gran fuente del jardín. Alice abrió los ojos lentamente, abrazando el confort de su cama mientras su mente aún se llenaba de los recuerdos de la noche anterior.
Victoria había hecho algo que nadie más había logrado: había capturado completamente su atención y despertado una chispa de curiosidad y admiración en su corazón. La imagen de su futura madrastra, con sus palabras tan amables y su porte elegante, seguía flotando en sus pensamientos.
Alice se levantó con calma, poniéndose sus pantuflas favoritas de conejo. Mientras cruzaba la habitación, su mirada se posó en el gran ventanal que daba al jardín. Lo observó por un momento. Era un lugar que siempre había sido suyo, aunque vacío y solitario en su apariencia. No había flores coloridas ni árboles que brindaran sombra o refugio para los pájaros. Solo césped verde y bien cuidado, y una fuente de piedra en el centro y una gran piscina al costado. Era bonito, pero carecía de vida.
Respirando hondo, bajó las escaleras de la mansión. El aroma del desayuno llenaba el aire, lo que le arrancó una pequeña sonrisa. La atmósfera del lugar, aunque imponente, tenía un toque de familiaridad, el calor de un hogar.
—¡Buenos días, princesa! —dijo su padre, James, desde la mesa del comedor mientras doblaba el periódico que leía.
Alice sonrió, sintiendo ese apodo resonar en su pecho con ternura. Desde que tenía memoria, su padre siempre la había llamado así. Era una forma especial en que la hacía sentir querida.
—Buenos días, papá —respondió ella, tomando asiento frente a su plato— Dormí muy bien. ¿Y tú?
James la observó por un momento, con esos ojos llenos de amor paternal, y asintió con una sonrisa satisfecha.
—Dormí bien también, aunque tuve que quedarme despierto más de lo que pensaba revisando unos papeles —dijo, mientras le pasaba una tostada— ¿Y tú, estuviste pensando en lo de anoche?
Alice asintió mientras mordía un trozo de su desayuno.
—Sí, estaba pensando en Victoria. Me gusta… Me dijo cosas que me hicieron sentir muy bien. Es... muy amable y muy hermosa. Me dijo que su mayor fortaleza es saber adaptarse a todo, y eso me hizo pensar... —Alice bajó la mirada por un segundo antes de continuar— Que quiero ser como ella.
James la observó con una mezcla de sorpresa y satisfacción. No esperaba que Victoria hubiera causado tan fuerte impresión en Alice tan rápidamente, pero no le extrañaba. Victoria tenía esa cualidad, una presencia que cautivaba a quienes la rodeaban.
—Victoria tiene esa habilidad, ¿verdad? Es bastante especial.
Alice miró a su padre con curiosidad.
—¿Ella siempre es así? —preguntó, genuinamente interesada en saber más sobre la mujer que pronto compartiría sus vidas.
James dejó su taza de café sobre la mesa y sonrió.
—Sí, Victoria tiene esa facilidad para manejar la situación sea cual sea. Por eso confío en que será una gran adición a nuestra familia —dijo, con un tono que sugería tranquilidad y confianza.
La pequeña Alice se sintió reconfortada. El hecho de que su padre viera en Victoria una compañera de vida sólida y confiable le daba la certeza de que este cambio, aunque extraño al principio, podría ser algo positivo.
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Paradoja
RomanceAlice la hija de su difunto marido llega a vivir con ella a la casa, luego de extrañas y directas confecciones ambas deciden dar un paso más allá.