Negociando con el tirano

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La varita de Voldemort descendió lentamente, aunque sus ojos no perdían esa chispa peligrosa que hacía que cualquier pequeño error fuera una sentencia de muerte. Harry lo miraba sin pestañear, su corazón latiendo a mil por hora, pero sabía que había logrado algo: había sembrado la semilla de la duda en la mente de Voldemort.

—¿Parte de mí... en ti? —preguntó Voldemort, su voz ya no furiosa, sino calculadora. Una serpiente en acecho—. Qué conveniente, Potter. Pero dime, si eso fuera cierto, ¿por qué no destruirte aquí y ahora, y terminar con esa... debilidad?

Harry no tenía todas las respuestas, pero lo que sabía era suficiente para mantener la conversación viva. Matar a Harry ahora podría poner en riesgo algo que Voldemort no entendía por completo. Esa era su ventaja.

—Si me matas ahora, arriesgas destruir algo de ti mismo —dijo Harry, su voz temblorosa, pero manteniendo el contacto visual—. Y no creo que puedas darte ese lujo.

Voldemort lo consideró, sus dedos huesudos tocando ligeramente su varita mientras paseaba lentamente alrededor de Harry, su capa ondeando como una sombra en el viento. La duda seguía en sus ojos, pero también la ambición. Siempre ambición.

—Interesante... —musitó Voldemort, inclinando levemente la cabeza—. Pero de alguna manera me cuesta creer que tú, un muchacho que ha sobrevivido gracias a pura suerte y a la ayuda de otros, sea la clave de mi caída.

El silencio se instaló nuevamente, mientras el Señor Tenebroso caminaba, pensativo, pero también lleno de odio. Entonces, cambió de tono:

—Dime, Potter. Si eres tan valiente... ¿Por qué no mataste a mi fiel servidor cuando tuviste la oportunidad?

Harry sintió la presión aumentar. Voldemort quería llevar la conversación hacia lo que más le importaba: la violencia, el poder, la destrucción. Pero Harry no jugaría ese juego.

—Porque no soy como tú —dijo Harry, con voz firme—. Yo no creo que el poder venga del miedo. Viene de la esperanza, y eso es algo que nunca entenderás.

Voldemort sonrió, pero no de una manera reconfortante.

—La esperanza es para los débiles, Potter. Y tú lo sabes. Solo el miedo y la muerte controlan este mundo.


. . .

Mientras esto ocurría, Draco estaba en otro lugar.

Hermione lo encontró en la parte trasera de la mansión, donde habían estado ocultos tras la pelea. Estaba sentado sobre el suelo, su espalda apoyada contra una pared de piedra. Su rostro estaba pálido, los ojos fijos en un punto indeterminado. Parecía roto, el Draco arrogante de años anteriores no existía más. Este era solo un muchacho que acababa de perder todo.

Hermione se acercó lentamente, sabiendo que las palabras no eran suficientes para consolarlo. Se sentó a su lado, en silencio, dejando que el peso de la situación los envolviera.

—Ellos... —murmuró Draco finalmente, su voz áspera, vacilante—. Los mataron... los mataron por mi culpa.

Hermione lo miró, sintiendo su propia tristeza mezclarse con el dolor de Draco. No sabía cómo ayudarlo a lidiar con eso. Vio la rabia en sus ojos, la culpa en su rostro.

—No es tu culpa, Draco —dijo ella suavemente, pero sabía que esas palabras eran solo un intento. No iba a convencerlo fácilmente.

Draco dejó escapar una risa amarga.

—¿No? —murmuró, su voz cargada de resentimiento—. Mi padre... ellos creían que si seguían con él, con Voldemort, estaríamos protegidos. Y yo... yo me quedé en silencio. No hice nada para detenerlo. Si hubiera sido más fuerte, más valiente...

Alguien a quien llamar papáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora