X. Oasis.

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Después de varios días encerrado en la casa, Heeseung comenzó a sentir el peso de su culpa cada vez más intensamente. Sabía que no podía mantener a Sunghoon atrapado para siempre, pero también temía lo que podría pasar si lo dejaba ir completamente. Así que, en un acto de aparente buena fe, decidió que podría empezar a dejarlo salir al exterior, aunque bajo condiciones controladas.

Una tarde, mientras la luz del sol se filtraba por las ventanas, creando sombras suaves en el suelo de madera, Heeseung entró en la sala donde Sunghoon estaba sentado. Sunghoon tenía la mirada perdida en un rincón de la habitación, su rostro carente de emoción. Parecía una figura vacía, sin esperanza ni ganas de nada. Heeseung se sentó a su lado en silencio durante unos minutos, sin saber cómo comenzar.

Finalmente, tomó aire y habló:

—Pensé que... tal vez te gustaría salir un rato al jardín.

Sunghoon levantó la cabeza lentamente, sorprendido por la oferta. Había pasado tanto tiempo entre esas cuatro paredes que la idea de respirar aire fresco parecía irreal.

—¿Por qué? —preguntó Sunghoon, su tono cargado de desconfianza.

Heeseung evitó su mirada, sintiéndose incómodo con la pregunta. Sabía que cualquier cosa que dijera sonaría a excusa, pero no podía negar la verdad de sus sentimientos.

—Porque creo que necesitas un cambio de ambiente. Y.... bueno, he estado trabajando en el jardín, tratando de hacerlo bonito para ti —respondió Heeseung, su voz bajando al final de la frase.

Sunghoon no dijo nada, pero su mirada había cambiado. Algo en las palabras de Heeseung había tocado una fibra en él, aunque no estaba seguro de cuál. Después de unos segundos de silencio, asintió lentamente.

Heeseung se levantó y lo guió hacia la puerta trasera, que daba al jardín. A medida que la puerta se abría y el aire fresco entraba en la casa, Sunghoon sintió una mezcla de alivio y temor. No había salido al exterior desde que se mudaron a esa casa apartada, y aunque no confiaba completamente en las intenciones de Heeseung, deseaba sentir el sol en su piel nuevamente.

El jardín se extendía ante ellos como un pequeño oasis de tranquilidad. Heeseung lo había renovado por completo. Las malas hierbas que alguna vez lo dominaron habían sido reemplazadas por parterres cuidadosamente organizados de flores. Pero lo que realmente destacaba eran las flores Reed, las que Heeseung había plantado en el centro del jardín. Sus delicados pétalos blancos se mecían con la suave brisa, creando una imagen que, para Sunghoon, era casi surrealista.

Las flores Reed eran la flor de nacimiento de Sunghoon, un símbolo de su vida pasada como ángel. Al verlas, se quedó paralizado, sus ojos recorriendo cada rincón del jardín. Las flores blancas cubrían el suelo como si fueran un mar de plumas, ligeras y suaves. Por un momento, Sunghoon se sintió transportado a un tiempo anterior, cuando aún tenía sus alas, cuando el mundo no estaba teñido de oscuridad.

—Las planté por ti —dijo Heeseung, rompiendo el silencio. Su voz era suave, casi tímida, como si temiera la reacción de Sunghoon—. Pensé que te recordarían algo bueno. Algo de lo que fuiste.

Sunghoon no respondió inmediatamente. En cambio, caminó lentamente hacia el centro del jardín, sintiendo las flores bajo sus pies descalzos. La sensación era extraña y, a la vez, reconfortante. Las flores blancas, junto con algunas otras en colores más discretos, hacían que el jardín pareciera un refugio de paz en medio de la soledad de su vida actual.

—Es hermoso —murmuró finalmente, sin mirar a Heeseung.

Heeseung dejó escapar un pequeño suspiro de alivio al escuchar esas palabras. No sabía si eso significaba que Sunghoon lo había perdonado o que aceptaba el jardín como un intento de redención, pero al menos no lo había rechazado por completo.

Ángel caído HeeHoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora