XIII. Más Mariposas

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Desde el día en que volaron juntos en el claro, algo había cambiado en la dinámica entre Sunghoon y Heeseung. No era una transformación evidente o rápida, pero estaba ahí, flotando en el aire entre ambos, en los momentos de silencio compartido y en las miradas que, sin palabras, decían mucho más.

Sunghoon observaba a Heeseung con nuevos ojos desde su vuelo en libertad, desde que las cadenas en su tobillo se desvanecieron. La forma en que Heeseung caminaba por la casa ahora le parecía diferente. No era solo un ser poderoso, un demonio que había tomado decisiones por él. Era alguien lleno de contradicciones, alguien que a veces parecía fuerte y distante, pero otras veces, cuando lo miraba a los ojos, todo ese exterior firme se derretía en algo mucho más suave. Sunghoon había empezado a notar los pequeños detalles de Heeseung, detalles que antes, en su confusión y dolor, no había podido apreciar.

Heeseung siempre tenía una postura firme, como si cada paso que daba estuviera calculado, seguro, decidido. Sus pies resonaban con fuerza cuando cruzaba el suelo de madera de la casa, pero cuando se acercaba a Sunghoon, esos mismos pasos se volvían más suaves, más cautelosos, como si tuviera miedo de asustarlo o dañarlo. Cada movimiento de Heeseung a su alrededor parecía pensativo, controlado, y eso despertaba algo dentro de Sunghoon que no había reconocido antes.

Había una mezcla de dureza y amabilidad en Heeseung. A veces, su mirada era dura, llena de una intensidad que le recordaba a Sunghoon todo lo que Heeseung había hecho, todas las decisiones difíciles que había tomado por él. Pero en otros momentos, cuando Heeseung lo miraba directamente, esos ojos fríos parecían llenarse de una calidez que Sunghoon no podía ignorar. Era como si solo al estar cerca de él, Heeseung se permitiera suavizarse, permitiera que esa máscara de demonio poderoso se deslizara, aunque fuera por un momento.

Y esa dualidad en Heeseung lo hacía atractivo. Increíblemente atractivo.

Sunghoon solía observarlo desde la distancia, pretendiendo que no estaba prestando atención, pero siempre acababa encontrando su mirada de nuevo en Heeseung. El modo en que su cabello oscuro caía sobre su frente, cómo sus manos —tan grandes y fuertes— se movían con sorprendente delicadeza cuando curaba las pequeñas heridas de Sunghoon o simplemente le ofrecía algo. Sunghoon nunca había notado antes lo bellamente contrastante que era Heeseung, un ser de sombras, sí, pero también lleno de una luz que parecía guardada solo para él.

En un día particular, mientras Heeseung leía un libro en el salón, Sunghoon se encontró observándolo de nuevo. Heeseung estaba sentado cómodamente, con una pierna cruzada sobre la otra, sosteniendo un libro de tapa dura entre sus manos. Su postura era relajada, pero aún así emanaba una especie de autoridad natural. Sunghoon, por su parte, estaba acurrucado en el sillón frente a él, con los pies recogidos bajo su cuerpo y envuelto en los cojines, sintiendo un calor incómodo en su rostro.

"Más una mariposa que un ángel", recordó de repente. Era el chiste que Heeseung le había hecho mientras volaban. La frase resonaba en su mente, y aunque en ese momento había sido una simple broma, ahora parecía tener otro significado. Sunghoon sonrió para sí mismo, avergonzado, y murmuró en voz baja:

—La mariposa es otro...

Heeseung, sin levantar la vista de su libro, preguntó:

—¿Qué dijiste?

Sunghoon se sonrojó de inmediato, deseando no haber dicho nada en voz alta. Bajó la mirada, ocultando su rostro en uno de los cojines, esperando que el calor en sus mejillas no fuera tan evidente. No estaba seguro de cómo explicar lo que había sentido en ese momento. ¿Cómo podría decirle que, en realidad, Heeseung era el que parecía una mariposa? Que, a pesar de toda su dureza, él era el que revoloteaba a su alrededor, cuidándolo, protegiéndolo, y sin saberlo, había terminado por conquistar su corazón, de la misma manera suave y delicada que una mariposa aterrizando en una flor.

Sunghoon, encogido en el sofá, sintió que el silencio en la habitación se volvía pesado. Heeseung lo miraba ahora, dejando su libro a un lado, y Sunghoon podía sentir su mirada fija en él, aunque no se atrevía a levantar la vista. Había algo abrumador en darse cuenta de que sus sentimientos habían cambiado tan drásticamente. Al principio, había sido ira, miedo, confusión. Pero ahora, todo eso había cedido, y en su lugar, una nueva emoción más profunda había comenzado a crecer.

Le gustaba Heeseung. Y no solo eso. Lo admiraba. Incluso cuando había sido posesivo, incluso cuando lo había encerrado y controlado, había una parte de Sunghoon que ahora entendía la desesperación y el dolor que impulsaban esas acciones. No lo justificaba, pero lo comprendía.

—Sunghoon... —la voz de Heeseung interrumpió sus pensamientos.

Sunghoon levantó la cabeza apenas, pero no lo suficiente como para encontrarse con la mirada de Heeseung. Sentía su corazón latir con fuerza en el pecho, un ritmo rápido que no podía controlar. ¿Cómo podía sentirse así por alguien que lo había llevado por un camino tan turbulento?

Heeseung se levantó del sofá y, con pasos tranquilos pero seguros, se acercó a donde Sunghoon estaba. Se sentó en el borde del sillón, muy cerca de él, pero no demasiado como para intimidarlo. La proximidad hizo que Sunghoon se tensara un poco, pero también le daba una sensación de confort que no podía explicar.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Heeseung en voz baja, como si no quisiera romper el frágil hilo de paz que se había tejido entre ambos.

Sunghoon se mordió el labio, sin saber cómo expresar lo que sentía. Quería decirle que Heeseung había sido todo para él. Su cuidador, su verdugo, su protector, y ahora, algo más, algo que apenas podía comprender. Los recuerdos de todo lo que habían pasado juntos inundaron su mente: el vuelo en el claro, las tardes bajo los árboles, las veces en que Heeseung le había traído libros, sus palabras suaves mezcladas con momentos de dureza.

—No lo sé —murmuró finalmente, su voz temblando apenas. —Creo que... me siento confundido.

Heeseung lo miró en silencio por un momento, como si supiera exactamente lo que Sunghoon estaba tratando de decir, aunque no pudiera encontrar las palabras adecuadas.

—Está bien estar confundido —dijo Heeseung finalmente, su tono calmado y comprensivo. —Yo también lo estoy.

Sunghoon levantó la mirada, sorprendido por esa admisión. Heeseung siempre había parecido tan seguro, tan firme. Era extraño escucharlo admitir que también se sentía perdido.

Heeseung extendió la mano hacia él, y aunque el gesto fue suave, Sunghoon sintió una pequeña sacudida de nervios cuando los dedos de Heeseung rozaron su mejilla. Ese toque, tan simple, envió un torbellino de emociones a través de su cuerpo.

Sunghoon se encogió un poco más en el sillón, acurrucándose en los cojines como si quisiera ocultarse de la intensidad de sus propios sentimientos. Pero ya no podía ignorarlo. Heeseung lo había conquistado. No de la forma en que un demonio posee a su víctima, sino de una manera mucho más profunda, más emocional. Y, de alguna manera, Sunghoon sabía que Heeseung también lo sentía.

Se quedó en silencio, dejando que ese momento hablara por ambos, sabiendo que, aunque su relación había comenzado de la manera más tumultuosa posible, algo hermoso estaba comenzando a surgir entre ellos. Y aunque no sabía exactamente qué era o cómo lo llamaría, sabía que, de alguna manera, había encontrado su lugar en los brazos de Heeseung.

Ángel caído HeeHoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora