XVII. Ritual

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La noche del ritual había llegado, y con ella, una luna llena resplandeciente que bañaba el cielo en un tono plateado. El aire estaba impregnado de una energía eléctrica, como si el mismo universo supiera la magnitud de lo que estaba a punto de ocurrir. Heeseung y Sunghoon estaban de pie en el claro del bosque, el mismo lugar donde todo había comenzado, donde Sunghoon había desplegado sus alas por primera vez bajo la atenta mirada de Heeseung.

El lugar, iluminado por la pálida luz lunar, parecía casi mágico. El viento soplaba suavemente entre los árboles, meciendo las hojas como si estas participaran en una ceremonia silenciosa. El silencio entre ellos no era incómodo, sino expectante. Ambos sabían lo que venía. El Nexum Infernalis, el antiguo ritual de unión de almas que Heeseung le había explicado a Sunghoon días atrás, estaba por comenzar.

Sunghoon miraba a su alrededor, el corazón latiendo con fuerza en su pecho. A pesar de las semanas que había tenido para pensar en esto, aún no podía deshacerse por completo de la ansiedad que sentía. Sabía que, una vez que el ritual se completara, no habría vuelta atrás. Sería una entrega total, una unión que los ataría para siempre, más allá del tiempo, del espacio o de la muerte. Pero ahora, parado frente a Heeseung, mirándolo a los ojos bajo la luz de la luna, supo con una certeza que no podía negar que quería esto. Quería pertenecerle, y que Heeseung le perteneciera.

Heeseung, por su parte, lo observaba con una mezcla de solemnidad y ternura. Sus ojos, que usualmente brillaban con un destello frío y calculador, ahora estaban llenos de una emoción más profunda, más sincera. Durante siglos, había visto muchas cosas, pero nada lo había preparado para este momento, para lo que significaba entregar una parte de su propia alma. Para él, esto no era simplemente un ritual, sino una promesa que superaba cualquier otra. Y sabía, con todo lo que era, que quería cumplir esa promesa con Sunghoon.

—¿Estás listo? —preguntó Heeseung en voz baja, rompiendo el silencio entre ellos.

Sunghoon asintió, tragando el nudo en su garganta. No confiaba en su voz en ese momento, pero la resolución en sus ojos fue suficiente para que Heeseung lo comprendiera.

—Recuerda —dijo Heeseung mientras daba un paso más cerca—, esto no causará dolor. El fragmento de tu corazón es solo una manifestación espiritual. Será rápido, pero el vínculo... el vínculo durará para siempre.

Sunghoon lo miró a los ojos, reconociendo el peso de esas palabras. Era ahora o nunca. Y aunque el miedo aún latía en su pecho, el deseo de estar con Heeseung, de unirse a él en cuerpo y alma, lo superaba.

Heeseung extendió una mano hacia él, sus dedos rozando suavemente el pecho de Sunghoon, justo sobre el lugar donde su corazón latía frenéticamente. La sensación del toque de Heeseung, cálido y firme, lo tranquilizó de una manera que ninguna palabra podría haber logrado. Sunghoon cerró los ojos por un momento, dejando que la calma lo inundara.

—Abre tu corazón a mí —susurró Heeseung, su voz profunda reverberando en el aire cargado de energía.

Sunghoon exhaló lentamente, abriendo los ojos y asintiendo. Ambos se miraron, y en ese instante, el mundo exterior pareció desvanecerse. Todo lo que existía eran ellos dos, el claro iluminado por la luna, y el poder antiguo del ritual que los rodeaba.

Heeseung movió sus manos en un gesto delicado pero preciso, invocando el poder del Nexum Infernalis. Una suave luz dorada comenzó a brillar entre ellos, formando una línea delgada que conectaba sus corazones. Sunghoon sintió un leve tirón en su pecho, como si algo dentro de él respondiera al llamado de Heeseung. No era doloroso, pero sí poderoso. Era como si su alma, en lo más profundo, hubiera estado esperando este momento.

Con un movimiento lento y reverente, Heeseung colocó su mano sobre su propio pecho, y luego lo extendió hacia Sunghoon. Sus dedos, envueltos en una luz plateada, parecían deslizarse a través del aire como si estuvieran alcanzando algo intangible. Sunghoon observó, fascinado, cómo Heeseung extraía un pequeño fragmento luminoso de su corazón. La luz era pura, casi líquida, y brillaba con una intensidad que Sunghoon jamás había visto.

—Este es un pedazo de mi alma, de mi esencia —dijo Heeseung en un susurro, sus ojos fijos en los de Sunghoon—. Te lo doy porque quiero que seas parte de mí, para siempre.

Sunghoon contuvo la respiración mientras Heeseung le entregaba el fragmento de su corazón. No hubo ningún dolor, solo una calidez suave que envolvía su pecho. Entonces, fue su turno. Sin dudarlo, Sunghoon extendió su mano hacia su propio corazón, repitiendo el gesto que Heeseung había hecho. Sentía cómo su alma respondía al llamado, como si hubiera sido diseñada para este momento. Cuando finalmente extrajo un pequeño fragmento de su propia esencia, lo sostuvo frente a Heeseung, temblando ligeramente por la magnitud del acto.

—Y yo te doy una parte de mí —dijo Sunghoon, sus palabras cargadas de emoción—. Porque ya no puedo imaginar mi vida sin ti.

Heeseung sonrió suavemente, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y algo más profundo, algo que Sunghoon no había visto antes. Luego, ambos intercambiaron los fragmentos de sus almas. La luz plateada que los envolvía se intensificó por un momento, brillando con tal fuerza que pareció llenar todo el claro del bosque.

Cuando Sunghoon recibió el fragmento del alma de Heeseung en su pecho, sintió un calor inexplicable, una sensación de plenitud que nunca había experimentado antes. Era como si una pieza perdida hubiera sido finalmente encontrada y colocada en su lugar. El vínculo que los unía ahora era tangible, una conexión invisible pero irrompible que latía con fuerza entre ellos.

En el momento en que el fragmento de su propio corazón se asentó en el pecho de Heeseung, una cadena espiritual que había estado alrededor de Sunghoon, atada desde su transformación, se rompió. No era visible, pero siempre había sentido su peso. Ahora, con un suave estallido, esa cadena se desvaneció en el aire, como si nunca hubiera existido. La liberación fue inmediata, y con ella, una ola de alivio que recorrió su cuerpo.

Al mismo tiempo, una estela plateada apareció desde el corazón de Sunghoon, conectándose con el de Heeseung. La luz que fluía entre ellos era pura, brillante, y latía al ritmo de sus corazones unidos. Por un breve instante, esa estela resplandeció en el aire, uniendo sus cuerpos, sus almas, y sus corazones. Luego, se desvaneció lentamente, dejando solo una sensación cálida, profunda, y eterna en su lugar.

Sunghoon respiró hondo, sintiendo el vínculo entre ellos, esa conexión que ya no era solo emocional, sino espiritual. Estaba atado a Heeseung, pero no de la manera que lo había temido al principio. No era una prisión, sino una unión voluntaria, un lazo creado por el amor y la confianza que había crecido entre ellos.

Heeseung lo miró a los ojos, sus manos todavía sobre el pecho de Sunghoon, como si quisiera asegurarse de que entendiera lo que acababa de suceder.

—Ahora somos uno —dijo Heeseung suavemente—. Para siempre.

Sunghoon asintió, las lágrimas picando en sus ojos, pero no de tristeza. Era un alivio, una felicidad tranquila que no necesitaba palabras para ser comprendida.

—Para siempre —repitió Sunghoon, y con esas palabras, sellaron un destino compartido, una unión que ni siquiera la muerte podría romper.

Y aunque la estela de luz había desaparecido, la sensación de pertenencia seguía latiendo entre ellos, como un eco silencioso de lo que ahora eran: dos almas entrelazadas para toda la eternidad.

Ángel caído HeeHoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora