Violeta
¿Qué sucede cuando estás acostumbrada a tener el control de lo que mejor se te da hacer en la vida? ¿Y qué pasa cuando tienes que cederlo a la persona que menos querrías hacerlo?
Eso es lo que me está sucediendo a mí en este momento. Miro la cara de Alejandro, mi jefe, el dueño del restaurante para el que trabajo y soy chef desde hace tres años. Parpadeo, manteniendo el silencio y esperando que cuente el remate de la broma que me ha hecho.
—Violeta, ¿me has escuchado? —Pregunta pacientemente. Si hay algo que caracteriza a Alejandro García es la paciencia. Nunca, desde que lo conozco, lo he visto perder los estribos con nada, y razones no le han faltado.
—Sí —asiento con la cabeza—. Pero no.
—¿No qué? —mis ojos observan la arruga que comienza a formarse entre sus cejas.
—No voy a dejar que nadie más se encargue de mi cocina. Mucho menos ella. —Digo con la firmeza que mis emociones encontradas me permiten, y que no me tiemble la voz es un logro a resaltar.
No puedo negar que el solo haber escuchado su nombre despertó en mí un huracán de sensaciones, entre emociones y recuerdos, que no sabría cómo definir. La mera posibilidad de volver a verla y tener que trabajar a su lado, multiplica todo ese huracán, y de pronto siento ganas de vomitar.
Alejandro deja la postura relajada para inclinarse hacia adelante en su escritorio. Lo veo apoyar los codos casi en el borde y apretarse el puente de la nariz. Puedo escucharlo respirar profundo antes de volver a hablar.
—Primero y principal, no puedes estar a cargo de la cocina, por si te olvidas del pequeño detalle —señala mi brazo, al cual bajo la vista y vuelvo a encontrarme con el horrible yeso envolviendo, desde mi codo, hasta la base de mis dedos—. Segundo, te estoy dejando seguir al mando con la condición que lo hagas sin moverte para absolutamente nada; tercero, y no menos importante, no te lo estoy preguntando. No te pregunté si estás o no de acuerdo.
Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que es la primera vez que utiliza ese tono tan serio conmigo. La parte más racional de mí, le teme un poco. La menos racional, me grita que insista con mi posición, que no me rinda y le discuta. Siempre he jugado un poco con los límites de mi jefe y siempre he salido ilesa.
—Ale, entiende que no quiero hacerlo, es más desafío aceptarla a ella en mi cocina que cocinar con mi brazo hábil enyesado.
—Violeta, sigues sin entenderlo —su tono pasa a ser ligeramente pasivo-agresivo, ¿será esta la primera vez que conozca el límite de mi jefe?— Contratar a Chiara era un hecho incluso antes que te fractures el brazo.
Eso sí que me sorprende y me deja sin palabras. Abro la boca para contestarle, pero no logro emitir ningún sonido. Entendía que quisiera contratar a alguien como sous chef para que me ayude durante el tiempo que dura mi recuperación, pero no pensé nunca, nunca, que ese puesto podría ser ocupado permanentemente.
Todas las cocinas del mundo, o al menos la gran mayoría y definitivamente las de alto nivel, como la que yo manejo, tienen un segundo chef, que releva al principal en caso de ausencia, pero, además, tiene un equipo al mando y tiene que participar en la planificación del menú. De sólo pensar en no tener el control total sobre cualquier cosa que sea alimentos en el restaurante hace temblar uno de mis ojos.
—Yo... —comienzo, pero me silencio.
¿Qué puedo decir? Ya me ha mencionado más de una vez que mi opinión no ha sido solicitada. Si me sigo quejando, incluso podría considerar alguna sanción.
—Sé que tienes tus reservas sobre Chiara, pero me gustaría que pudieran dejar sus diferencias y trabajar juntas.
—Chiara y yo no tenemos diferencias —encuentro mi voz antes de que continúe hablando—. Chiara y yo no tenemos nada. Nada.
Y no es mentira. No sé de ella desde que ambas nos graduamos de la Academia de Cocina de San Sebastián. La última vez que la vi, llevaba un vestido azul oscuro que destellaba. Lucía como una noche estrellada viviente y me pareció que estaba hermosa. No, que era la más hermosa de todas las personas que estaban en el recinto ese día. Pero nunca se lo dije, ni se lo insinué, porque para entonces ya habíamos dejado de hablarnos. Ella nunca me devolvió la mirada, y no la sorprendí viéndome en ninguno de los momentos en los que yo sí la miré.
Alejandro asiente, en su rostro puedo notar que no sabe qué agregar a mi comentario.
—Está bien, como digas. No busco que se hagan amigas, simplemente... Una relación profesional donde sepa que puedo dejarlas en una cocina llena de objetos filosos y no me encontraré con un charco de sangre cuando vuelva.
Bajo la mirada a mi brazo enyesado nuevamente, preguntándome por qué tuve que ser tan torpe. Esquivo fuego, objetos a temperaturas altísimas, las cuchillas más afiladas que alguna vez podría encontrar, bandejas llenas de comida lista para salir y estoy segura que puedo hacerlo con los ojos cerrados. Lo que al parecer no puedo hacer con los ojos abiertos es correr.
¿Tengo la culpa yo de que el suelo del parque en el que decidí que iba a empezar mi actividad física estuviera húmedo y resbaladizo? No, absolutamente no. ¿Podría haber caído de culo y no utilizando mi brazo derecho como amortiguador? Sí, absolutamente sí. O quizás no, porque no tuve tiempo de pensar, pero sigo creyendo que es mi culpa.
—¿Cuándo empieza? —pregunto con resignación, volviendo la mirada a Alejandro.
—En dos días, cuando terminen de arreglar las tuberías. Espero que no den más problemas, no quiero tener que cerrar más días. La temporada de turismo comienza esta semana y es cuando mejor nos va...
Comienza su diatriba diaria sobre las tuberías y la temporada de turismo y yo me pierdo en mis pensamientos. Tengo dos días para mentalizarme que volveré a ver a Chiara y además compartiré espacio laboral. Son muchas horas juntas después de años de no saber nada de ella. El huracán que sentí cuando recibí la noticia ahora desemboca en una ansiedad que comienza en mi estómago y puedo sentir cómo se expande por todo mi cuerpo.
En aproximadamente cuarenta y ocho horas, Chiara Oliver cruzará las puertas de mi cocina para convertirse en mi sous chef.
Y absolutamente todo puede salir mal.

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SI ERES TÚ
RomanceChiara y Violeta vuelven a enfrentarse a un nuevo desafío: el presente. ¿Podrán superar el pasado que las une?