CAPÍTULO 05

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Violeta

Generar un hábito es difícil. Los expertos dicen que, para considerar que lo tienes, debes haber hecho esa actividad o haber ejercido esa conducta durante al menos 3 meses. Bueno, al parecer esa regla no se aplica para Chiara y para mí.

Han pasado dos semanas desde el día que volvimos a ser amigas y no hay día que no nos hayamos visto, y no hablo solo del trabajo, sino por fuera de este también. Si no es Chiara la que viene a mi casa, soy yo la que va a la suya y pasamos el día juntas y ya se ha vuelto una rutina, un hábito que nos costó más dejarlo que retomarlo, todo lo contrario a lo que sucede en la realidad. En San Sebastián estábamos acostumbradas por el simple hecho de que vivíamos juntas; hoy parece que ese factor siquiera es importante para instalarnos en la casa de la otra. Pienso en lo fácil que fue acostumbrarme a levantarme temprano para abrirle a Chiara después de haberla dejado en su casa anoche tras haber trabajado con un flujo de gente nunca antes visto. Y es que hoy le tocaba a ella, y cuando es al revés, no me molesta despertarme más temprano aún para ir a su departamento.

—¡Buenos días! —su sonrisa enorme en cuanto abro la puerta hace que sonría también— Traje pan saborizado para desayunar.

—Buenos días —respondo, haciéndome a un lado para dejarla pasar—. Mentiría si no dijera que huele delicioso.

—Lo sé, ¿pudiste descansar? —Me pregunta cuando deja sus cosas y se voltea para enfrentarme.

—Bastante, aunque no parezca. Estoy esperando que sea mañana, que no abrimos. Como a Alejandro se le ocurra volver a avisar a último momento que no tendremos día de descanso, soy capaz de renunciar.

Ella ríe y yo también, aunque llegué a considerarlo. No lo he hablado con Chiara aún, pero Ale se está comportando extraño con respecto al restaurante y no logro descifrar cómo, simplemente sé que está preocupado demás y hasta ha mencionado haber solicitado un permiso al ayuntamiento para poder colocar mesas en la calle y así atraer más clientes. Cuando le pregunté, su respuesta fue que tenemos cada vez más reservas, y, considerando el día de ayer, no dudo que sea por eso, sin embargo, hay algo que lo preocupa y no quiere decírmelo.

—¿Tienes planes mañana? —pregunta y la veo sacar el pan de una bolsa, apoyándolo en la tabla de madera que tomó anteriormente. Chiara actúa como si estuviera en su casa y eso me hace sonreír otra vez.

Al principio me costó no sentir que no estaba alucinando, que era real. Por suerte no duré mucho en ese pensamiento, Chiara hace que todo sea más fácil.

—Dormir, luego, no sé. —Me acerco a la mesada para poder hacer café, pero no de cápsula, porque a ella no le gusta.

—Perfecto, ¿cuánto te falta para que te quiten el yeso?

—Una semana y seré libre.

Asiente y corta el pan en rodajas para que sea más fácil comerlo. Le entrego una taza con el café como a ella le gusta, sin leche, y le paso el azúcar para que lo endulce a su gusto.

—¿Por qué toda tu vajilla es tan aburrida? Demasiado blanco, falta color, como en tu oficina.

Miro a Chiara unos segundos cuando hace aquel comentario. Sé de sobra que para ella la falta de algo colorido es evidente.

—Me gusta la vajilla blanca, es limpia y elegante. —Me defiendo, sin intención de sonar defensiva, por contradictorio que suene.

—¿Y sobre tu oficina? ¿Qué excusa tienes? —da un sorbo a la taza y luego se lleva un trozo de pan a la boca.

No le respondo enseguida, en parte porque no sé cómo poner en palabras el verdadero motivo y un poco de vergüenza me da admitirlo, y por otro lado porque no se me ocurre una excusa válida o más creíble que lo de la vajilla blanca, por muy verdadera que esta sea.

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