Carta a las Luciérnagas.

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No sé si haya sido un error confiarte lo que pensaba. Porque ahora ya no estoy y quizá pienses que he tenido razón o que es una idea tonta.

Solo tenía que sucederme a mi.

Pero dejame decirte una cosa:

Yo no quiero... ¿irme? Tú me entiendes.

Sin embargo, todo está saliendo tambien este verano que el inevitable que piense que algo está por ocurrir. No quiero creer que será así, ¿pero quién está seguro de eso?

Solo me gustaría decirte un par de cosas.

Me gustaría agradecerte por estar presente en mi vida todo el tiempo. Por soportarme. Por escogerme como mejor amiga a pesar de no cumplir con todo lo que conlleva serlo. Sobretodo, porque tú mereces a alguien mejor que yo para cumplir con ese papel.

(Perdona que estoy este un poco arrugado. Espero creas la excusa de que alguien —que no soy yo obviamente— lloro aquí.)

En realidad tengo muchas cosas que decirte, pero no sé si está hoja —ni todas las que le quedan al cuaderno— me alcancen para contarlo todo.

Quiero tener un poco más de tiempo para escribir todo lo que siempre he querido decirte.

Estoy escribiendo esto en mi horario de comida en la cafetería. Ya sé que no es el mejor lugar, pero tú siempre estás en casa. Es por eso que he llevado conmigo el cuaderno a todos lados, porque estaba segura que cuando me vieras escribiendo en el lo tomarías porque eres demasiado curiosa.

Pero ese no es el punto.

Me gustaría contarte la razón por la que te puse de apodo "Luciérnaga".

La primera vez que me preguntaste porqué te llamo así, me excuse diciéndote que era porque tu nombre es muy parecido. Tú lo creíste porque tenía sentido. Pero, aunque tenga toda la lógica del mundo, eso no era todo.

Te llamo así porque realmente me recuerdas a ellas.

Verás. Cuando tenía nueve años tuve una excursión escolar. Yo no quería ir, pero mamá me obligó. Sabes cómo es. El punto, es que estábamos explorando los alrededores. No había muchos árboles en el lugar a donde fuimos, solo había pasto y hierbas muy altas, también había muchas flores de colores. El sol ya se estaba ocultando, apenas se veía con la poca luz que este aún podía proporcionarnos. Los profesores que nos acompañaban nos pidieron a todos que nos reuniéramos para regresar al campamento que habíamos armado horas atrás. Y, cuando el cielo casi oscurecía, ví un punto pequeño de luz amarilla, casi verde. Después otro, otro y otro, hasta que todo mi alrededor estaba lleno de pequeñas luces brillantes. Fue... hermoso. Casi pensé que quería que el tiempo se detuviera solo esa vez para seguir admirando eso.

Tú me causaste la misma impresión.







[...]





Y ahora mismo tengo tanto miedo de perderte.

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