56. BUENA CHICA, MENTE PERVERTIDA

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NARRA VICTORIA

Entro en la casa después de unas dos docenas de minutos y desearía estar en mi casa. Mi novio parece inducido a una intensa discusión con la pelirroja, y yo paso de largo ante ambos, sin mirarlos siquiera.

— Victoria... ¿tienes algo de tiempo para hablar? — La pelirroja se levanta del sofá y percibo su presencia detrás de mí.

— No estoy de humor, acabo de llegar y me siento cansada—. Subo las escaleras sin mirarla siquiera.

No me gusta que los dos estén sentados solitos y juntos, no me gusta verlos a los dos en el mismo sofá hablando de no sé qué, pero me siento sin fuerzas para discutir una vez más.

— Victoria, baja, hay cosas que debes saber.

Oigo el eco de la voz de Darío, pero tampoco me molesto en contestarle y entro en nuestra habitación, que está tan limpia como siempre; el suave aroma de su perfume se respira por doquier, pero todo me parece muy vacío cuando hecho un vistazo a mi alrededor. Me tumbo en la cama y me tapo con la manta, porque odio esta mierda de situación.

En qué estaba pensando cuando volví, ¿por qué ella sigue aquí? Mi mente piensa incesantemente en mil cosas y el dolor de cabeza que me invade no me permite descansar.

— ¡Victoria! — María susurra y yo empiezo a reírme cuando la veo pegada a la puerta.

— ¿Por qué susurras y por qué no entras y me abrazas? Dos días sin mi mejor amiga han pasado como dos años.

Me incorporo y ella se sienta a mi lado.

— Oye... ¿qué te pasa...? ¿Te encuentras bien? — Me toca la frente y me mira extrañada.

— Estoy bien... me siento cansada, pero no puedo dormir... siempre tengo sueño, pero no descanso, eso es todo... ¿me puedes explicar por qué esa mujer sigue en nuestra casa? En su casa...en vuestra casa...en la casa de quién demonios sea, ni ganas tengo de fastidiarme pensando en ello.

— Hey... no hay nada de qué preocuparse, te lo voy a contar todo de cabo a rabo, y quiero que me escuches ¿vale? Te veo en un punto que hace tiempo que no te veía...y no está bien que te líes sin sentido. Darío solo te ama a ti, y a ella la necesita solo para llegar a Alex.

Después de una hora en la que me lo contó todo, entendí por qué esta mujer sigue aquí, ahora entiendo mejor todo lo que pasó, pero simplemente sigo en la misma decadencia.

— Lo entendí... pero sigo sin poder mirarle con los mismos ojos... vino a mi casa, y cuando lo vi me alegré muchísimo, pero igual de rápido me entristecí porque siento que nunca seré suficiente para él. Creo que después de unos años, enseguida otra mujer podría llamar su atención, sobre todo porque yo soy demasiado simple, hay tantas mujeres hermosas que podrían acapararlo y seguro que pronto se hartará de mí... Me quiero ir a mi casa, ya no pinto nada aquí...

Empiezo a llorar y no sé si es por algo o no, pero me apetece hacerlo, y María me abraza, secándome las lágrimas.

— Oye, esta es tu casa...

— ¿Sabías que tortura a la gente? ¿Giuseppe también lo hace? Sabía que sólo mata, pero no, él tiene formas agresivas de tortura... ni siquiera Alex haría eso... siento que ya no lo conozco... ¿qué me pasa?

— ¿Por qué lo comparas con Alex?

María se sienta más cómodamente en la cama, y sé que sus preguntas empezarán a fluir como una cascada y, al final, me hará entrar en razón, o no.

— Desde que me dijo que torturaba a la gente, sólo recuerdo a ese cabrón cómo me trataba y...

— Vale, lo tengo, ahora escúchame.

No puedo dejarla ir +21  #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora