2: El hubiera no existe

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Valentina

Cuando salí del cine con Luis ya había anochecido, las luces de la ciudad se reflejaban sobre el pavimento mojado y había diminutos charcos producidos por la lluvia, que parecía haber cesado apenas algunos minutos antes. El calor y la humedad de los últimos días, y en especial de esta cálida noche de finales de mayo, presagiaban un verano intenso y sofocante que obligaría a todos los habitantes de Washington D.C. a guardar sus abrigos y sustituirlos por vestimentas más ligeras.

Supongo que debido al clima Luis decidió tomarme de la mano, en lugar de posar su brazo sobre mi hombro, para acompañarme hasta mi casa, ubicada tan sólo a unas cuantas manzanas en una calle al noroeste de Georgetown.

Caminamos en silencio por unos minutos hasta que él dijo:

—El domingo será tu cumpleaños. ¿Tienes pensado celebrarlo en casa o fuera? Sé que no eres muy fanática de las sorpresas, así que te lo digo de una vez, me gustaría llevarte a cenar a algún lugar agradable; y quizá después, podríamos ir a bailar.

Tomé una bocanada de aire antes de contestar, sabiendo de antemano que mi respuesta no le agradaría:

—Estaba esperando que saliéramos del cine para hablar de esto contigo. Juliana vendrá desde Nueva York, sólo para estar conmigo por mi cumpleaños. Creo que necesitaré un poco de espacio.

— ¿Qué significa eso de "un poco de espacio"?

—Deseo compartir el fin de semana... sólo con ella.

— ¿Todo el fin de semana?

—Sí.

Luis guardó silencio, llevó hacia atrás los mechones castaños de su cabello y con sutileza movió su cabeza de un lado a otro; su lenguaje corporal me indicó que la idea no le agradaba, tal como yo lo había previsto.

Para intentar convencerlo, antes de que sus gestos se convirtieran en palabras, agregué:

—Tú y yo podemos vernos todos los días, en cambio a ella... Éramos inseparables desde que nos volvimos mejores amigas, pasar dos o tres días lejos una de la otra parecía algo inconcebible, pero ahora... —Me detuve por un momento, lo miré a los ojos, a sus grandes y expresivos ojos color ámbar, y le dije—. En verdad necesito esto Lucho.

— ¿Tanto la extrañas? —su tono no era de protesta, más bien parecía una mezcla de tristeza y de algo más, que no pude definir.

Para responderle no dije una sola palabra, sólo asentí. Entonces, él agregó:

—Espero que cuando logres reunir el dinero que te falta para estudiar literatura en alguna universidad, lejos de aquí, me extrañes tanto como a ella.

—Queda mucho tiempo para que digas esas cosas, es más, estoy comenzando a aceptar que quizá nunca logre estudiar mi carrera. Cada semestre cuesta más de treinta mil dólares, ¡cada semestre, Lucho! En los últimos tres años, mis padres y yo no hemos reunido ni la mitad de eso. De modo que no te preocupes por mi partida, esto llevará tiempo, más tiempo del que quisiera en realidad.

—Parece que estás ansiosa por irte y dejarme aquí... —el tono de tristeza se había ido, esta vez sólo detecté reproche en sus palabras.

—Esto no tiene nada que ver contigo y lo sabes, mi sueño es ser escritora, pero me gustaría prepararme para ello, eso es todo.

— ¿Estás segura de que eso es todo? Sé que tus planes eran otros, planes que incluían a tu amiga Juliana, porque tú misma me lo contaste: antes de que tu padre enfermara, tu intención era solicitar admisión en la Universidad de Columbia, ubicada ¿dónde?... Sí, en Nueva York. De todas las ciudades de Estados Unidos quieres estudiar en Nueva York, y de todas las universidades de Nueva York ¿cuál prefieres? obvio, la Universidad de Columbia... Eso no me parece una casualidad.

Clásico VI JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora