18: No más secretos

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Valentina

— ¿Ahorita? —Preguntó mi padre, mientras miraba la hora en su reloj de pulsera—. Es más de medianoche hija.

—Sí papa, ahora.

Me pareció que mi padre no quería contrariarme más de lo que ya estaba, porque él me respondió:

—En ese caso, me gustaría acompañarte hasta su casa. Este vecindario es seguro, pero es muy tarde, no quiero que vayas caminando tú sola.

—Está bien papá, voy a subir a mi habitación para recoger mis cosas... Yo... Lo siento, pero no me gustaría amanecer aquí mañana.

—Hija, esta sigue siendo tu casa, hasta tu madre lo reconoció.

—Lo sé, pero soy yo la que no se sentiría a gusto. No creo tener el valor para ver a mi mamá mañana... cara a cara y que continúe con sus reproches.

—Está bien hija. Lamento escuchar eso, pero lo entiendo. Anda, sube a buscar tus cosas. Yo te esperaré aquí.

***

Mientras caminaba por la calle al lado de mi padre, le envié un mensaje a Juliana para decirle que iba en camino. Ella me respondió enseguida diciéndome que bajaría a esperarme en la puerta; me pidió que no usara el timbre para no despertar a su madre.

Justo al llegar, mi padre extendió su mano y me dió una pequeña bolsa de papel mientras me decía:

—Es un poco de tarta de nueces para Juliana, sé que a ella le gusta.

Sonreí y lloré al mismo tiempo mientras lo abrazaba, agradecida por tener un padre tan maravilloso y comprensivo como él.

—Gracias papá, es bueno saber que tú no tienes nada en contra de ella.

—No tengo razones para hacer algo así. Para mí, sea como sea, pase lo que pase, tú sigues siendo mi hija y Juliana sigue siendo... Juliana.

—Te amo papi.

—Y yo a ti mi princesa. Anda, entra rápido. Creo que va a comenzar a llover de nuevo.

Le di un beso en la mejilla y me acerqué a la puerta, donde anuncié mi llegada con un leve toque.

Juliana me recibió con una sonrisa, mientras se despedía de mi padre con la mano. Él respondió al saludo sonriendo, dió media vuelta e inició su camino de regreso a la casa.

En el instante en que Juliana se fijó en mí, en mis ojos humedecidos y rojos, me preguntó con evidentes signos de preocupación:

— ¿Qué pasó Val? ¿Porque estado llorando?

— ¿Podemos subir a tu habitación?

—Por supuesto —respondió ella cerrando la puerta.

Subimos juntas las escaleras hasta su habitación. Cuando entramos, ella cerró la puerta y volvió a preguntarme:

—¿Qué pasó Val?

En ese instante me di cuenta de la ropa que llevaba puesta, su usual camisa de pijama corta y abierta al frente, que tantas veces me ha quitado el aliento, incluso ahora, a pesar de mi turbulento estado de ánimo. Esta vez, no tenía puesto un pantalón corto, lo había sustituido por un pantalón largo de algodón que tampoco disimulaba su perfecta figura.

Para intentar concentrarme, la miré a los ojos y respondí:

—Mis padres ya lo saben...

No fue necesario aclarar a qué me refería, Juliana lo entendió de inmediato:

Clásico VI JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora