9: El dilema

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Valentina

Creo que estaba profundamente dormida cuando escuché la alarma del reloj despertador al día siguiente, muy temprano en la mañana, porque me sentí un poco desorientada, incapaz de asegurar si lo que creía haber vivido en las últimas horas era real o producto de algún sueño.

Pero cuando sentí en mi mano el pequeño estuche con el que me había quedado dormida la noche anterior, el que me había regalado Juliana con las llaves de su departamento en Nueva York, supe que lo vivido con ella el fin de semana, y en particular durante las últimas horas del día de mi cumpleaños, era tan real como la sonrisa que se dibujó en mi rostro al recordarlo.

Sin moverme demasiado, con la cabeza apoyada sobre mi almohada, destapé el estuche y tomé el llavero con la insignia de la Universidad de Columbia, lo moví un poco para balancear y hacer sonar las tres llaves que se encontraban dentro del aro. La sonrisa en mi rostro se agrandó, como la de una niña pequeña, quien en una mañana de Navidad comprueba que Santa Claus le ha regalado lo que ella más deseaba. Ese emblema y las llaves que lo acompañaban representaban la prueba de que a veces los sueños pueden convertirse en realidad, no sólo eso, también eran la evidencia de que mi vida, la que conocía, la que había vivido hasta ahora, estaba a punto de cambiar. Lejos de sentirme abrumada por todos los cambios que me esperaban, estaba feliz y llena de esperanzas.

Sin dejar de sonreír me levanté de la cama, me dirigí al baño para asearme y vestirme para ir a trabajar, consciente de que muy pronto toda mi rutina diaria cambiaría por completo.

Mientras me vestía, pensé en la posibilidad de hablar con mis padres durante el desayuno, pero en vista de que a esas horas no disponemos de tiempo suficiente debido a nuestros compromisos laborales, lo pensé mejor y decidí hablar con ellos durante la cena. Sabía que me esperaban algunas conversaciones un tanto incómodas, no sólo con Luis, quizás también con mi madre. Después de razonar lo que me dijo Juliana al respecto, pensé que ella podía tener razón, la verdad no tengo ni idea de cómo lo tomará mi madre, pero ya me ocuparé de eso en su momento, por ahora, no quiero que nada nuble mi estado actual, demasiadas razones para sentirme feliz y esperanzada como para opacarlas con especulaciones.

En mi trabajo no mencioné mis planes de renunciar para irme a vivir a Nueva York, no me pareció adecuado hablar con mi jefe antes de hacerlo con mis padres, ellos y Luis debían ser, los primeros en saberlo.

Cuando llegué a casa en la tarde, mi papá ya se encontraba allí. Antes de enfermar, él era bombero activo y sus horarios variaban de acuerdo al turno que le asignaran, de los tres solía ser el último en llegar a casa, cuando no le tocaba trabajar de noche; pero tras el accidente cerebro vascular que sufrió y que según los doctores se complicó aún más por una mezcla de presión alta, altos niveles de estrés y horarios de comida irregulares, le prohibieron continuar en ese trabajo. De cualquier forma, no quedó apto para hacerlo ya que, además de la cirugía de la que se fue recuperando poco a poco, perdió la visión del ojo izquierdo. Una vez que sus médicos lo aprobaron, él reingresó al cuartel de bomberos pero sólo para realizar labores administrativas, por eso ahora era el primero en llegar a casa.

Al principio el cambio fue bastante duro para él, pero con el optimismo y la positividad que siempre lo han caracterizado creo que ha hallado la forma de superarlo, en especial porque está muy agradecido por haber sobrevivido y porque las consecuencias del ataque, salvo la pérdida parcial de visión, no le impidieron llevar un vida normal.

Cuando entré a la cocina lo vi picando los ingredientes de lo que parecía ser el proyecto de una tortilla española. Al verme, me sonrió y me dijo con cariño:

—Hola princesa, veo que llegaste temprano. Estoy comenzando a preparar la cena, ¿quieres ayudarme?

Me acerqué para darle un beso en la mejilla y respondí:

Clásico VI JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora