22. Maraña de pensamientos

259 23 3
                                    



🔸

Adrián

Anoche fue una fiesta espectacular. Con decir que me he despertado con una rubia despampanante a mi lado, eso lo resume en gran parte.

Teresa me contó que era su primer y último día en Madrid, ya que hoy se volvía a Valencia para ver a su familia y, posteriormente, se volvería a Australia a seguir explorando el país. Así que decidí honorarle con la mejor de las despedidas.

Ya me entendéis.

Cuando abrí los ojos, ella ya estaba despierta, revisando sus redes sociales. Espero que no publique nada de esto y se filtre la noticia de que he dormido con la mejor amiga de la novia de Borja. Los vídeos de cotilleos son divertidos hasta que te toca ser el protagonista de alguno de ellos.

— Buenos días. — se desperezó y se acercó a darme un pico, el cual pude esquivar disimuladamente estirándome. Pienso que hay cosas que se tienen que mantener exclusivas para una persona especial. Y los besos recién despiertos es una de esas cosas.

— Buenos días. — le sonreí.

— Me lo pasé genial anoche contigo. — se volvió a acercar a mí. — ¿Quieres repetir? — su voz era melosa, con ganas de más. Pero, sinceramente, no me sentía con ánimos.

— Tengo que ir al baño, ahora vengo.

Salí de la habitación y caminé unos metros hasta la puerta del primer baño de la planta de abajo, donde se hallaba mi habitación. Frente al espejo, la imagen era desastrosa. El alcohol había dejado su huella y la cabeza me latía con fuerza. Necesitaba una pastilla urgente.

— ¿Te acompaño a la salida? — me supo mal ver la cara de sorpresa y desconcierto de Teresa ante mi pregunta, pero no iba a mantenerla en mi cama cuando lo que más me apetecía era que se fuese. La chica asintió de manera tímida y comenzó a vestirse y recoger sus cosas.

Una vez preparada, subimos las escaleras, esperando no encontrarnos a nadie. Desgraciadamente, estaban la mitad de componentes de la casa justo en el sofá, igual o más demacrados que yo. Al menos ya no me sentía tan mal por eso.

— Buenos días, tortolitos. — escuché la voz de Jopa, claramente refiriéndose a nosotros. No tuve otra que pararme.

— Chicos, ¿os acordáis de Teresa? — todos asintieron saludando a la rubia. — Ya se va, que se vuelve a Australia en unos días. Bueno, adiós. — los chicos se despidieron de ella de manera amigable desde la distancia, mientras yo le acompañaba a la puerta de salida.

— ¿Vamos a seguir hablando? — noté un destello de esperanza en su mirada, pero ya estoy acostumbrado a esto y no me generó ningún tipo de sentimiento.

— Claro que sí, guapa. — una mentira automática. El truco estaba en mentir para salvarte en el momento y luego ignorarlas por mensajes. Parece un poco de hijo de puta, pero nunca falla.

Ni siquiera me planteaba la posibilidad de seguir hablando con ella. Era un bucle al que solía recurrir, primero las seducía, pasaba una noche, o quizá dos con ellas, para luego distanciarme o hacer una bomba de humo. Esfumarme de sus vidas sin dar ningún tipo de explicación.

Pero últimamente ese juego me resultaba... vacío.

Cuando Teresa se marchó, cerré la puerta con un suspiro de alivio. El silencio volvió a llenar la entrada de la casa, tan solo se percibía el leve zumbido del aire acondicionado y el murmullo de mis amigos en el salón.

Caminé hacia el salón con poca energía y me dejé caer en el sofá junto a Jopa y Ruby. El cansancio, tanto físico como mental, pesaba sobre mí. Las bromas comenzaron a surgir, pero no tenía ánimos para seguirles el juego. No esta vez.

Señor, dame paciencia | AdridobylusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora