Capítulo 30. Acoso

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Alfred estaba en su oficina, concentrado en su trabajo, cuando su teléfono comenzó a vibrar insistentemente sobre el escritorio. Con un suspiro frustrado, lo tomó y lo puso en silencio sin siquiera mirar la pantalla. A su lado, María, lo observaba con curiosidad.

"Parece que te necesitan con urgencia, Alfred", dijo María, notando cómo la luz del teléfono seguía parpadeando. "No dejan de llamarte, ¿por qué no contestas?"

"No es importante", respondió él, sin levantar la vista de su computadora.

María frunció el ceño, claramente desconcertada por la actitud de Alfred. Normalmente, él no era el tipo de persona que ignoraba llamadas, especialmente si eran insistentes. Sin poder evitarlo, volvió a insistir.

"¿Seguro? La verdad no lo parece".

Alfred, irritado por la insistencia, apretó los puños sobre el teclado antes de ceder. Tomó el teléfono de nuevo y respondió con brusquedad:

"¡Ya deja de llamarme! Estoy trabajando, ¿no lo entiendes?"

Una risa suave y sarcástica resonó del otro lado de la línea.

"No creo que no puedas contestar una simple llamada", respondió una voz femenina, su tono juguetón pero firme. "¿Me estás ignorando, Alfred?"

Alfred se quedó en silencio un segundo, apretando la mandíbula.

"Por favor, Rebeca", dijo con cansancio, "no estoy de humor para esto".

"Oh, Alfred", continuó Rebeca, sin prestar atención a su tono. "Te dejaré tranquilo cuando aceptes cenar conmigo... ¿qué tal esta noche?"

Alfred sentía que sus días se acortaban con esta mujer.

"Te dije que no", respondió Alfred de manera firme, mirando de reojo a María, que estaba escuchando con curiosidad.

Rebeca no pareció afectarse por el rechazo.

"Te estaré esperando afuera cuando salgas, no tardes mucho. Bye".

Antes de que pudiera replicar, Rebeca colgó. Alfred dejó el teléfono sobre la mesa con un gesto de frustración, frotándose el puente de la nariz con exasperación.

"Vaya, nunca te había visto tan enojado", comentó María, alzando una ceja. "Esa Rebeca... ¿es la Rebeca que creo que es?"

Alfred asintió, cruzando los brazos mientras miraba al suelo, claramente irritado.

"Sí, pero no le digas a nadie, especialmente a Anelix. No quiero que esto se vuelva más serio de lo que realmente es".

María sonrió con un toque de diversión en sus ojos.

"Puedo guardar tu secreto, Alfred, pero... cuéntame todo. No puedes dejarme fuera después de esto".

Alfred suspiró pesadamente, sabiendo que María no lo dejaría en paz.

"Esta mujer no me deja en paz, María", empezó, apoyándose en el escritorio. "Me llama constantemente, me acosa, aparece en mi casa sin permiso... He hecho todo lo posible para que se enoje, pero nada funciona. Nada de lo que hago parece molestarla, es tan frustrante".

"Eso suena... intenso", comentó María, aunque en su rostro se reflejaba algo de diversión.

"Intenso es poco decir. Es como si tuviera todo el tiempo del mundo para atormentarme. Y no solo eso, tiene toda mi información personal, ¡como si fuera una gánster!"

María lo miró con una mezcla de compasión y diversión.

"Vaya problema... pero, si ya has intentado todo, ¿por qué no... dejarlo ser?"

El Mar de los Recuerdos PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora