María y Alfred estaban sentados, tomando café en silencio mientras trataban de mantener la calma. El aroma del café se mezclaba con la tensión entre ellos.
"No dejan de temblarme las manos", dijo María, soltando un suspiro largo y pesado. "Necesito pensar en otra cosa. Alfred, cuéntame un chiste"
Alfred la miró, incrédulo.
"¿Qué? ¿En serio quieres escuchar un chiste en un momento como este?", respondió, frunciendo el ceño.
"¿Y qué quieres que haga?", replicó María, encogiéndose de hombros. "Esto no es precisamente lo mío"
Alfred dijo con dureza: "Tú aceptaste voluntariamente estar aquí, así que no te quejes ahora"
María tomó un sorbo de café, y en silencio, supo que no podía refutarle. Ciertamente, se había metido en una situación complicada por su propia cuenta, y ya no había marcha atrás. Solo podía seguir adelante, aunque el miedo la carcomiera por dentro.
"Ve por otro café", dijo finalmente. "Necesito más cafeína"
Pero Alfred se quedó quieto, su mirada se volvió fija y tensa en algo detrás de María. Sus ojos reflejaban una preocupación repentina.
"Están aquí. Deja de jugar", dijo Alfred con la voz baja y urgente.
María sintió que el corazón se le detuvo por un segundo. Detrás de ella, escuchó el chirrido de un coche al detenerse. Bajaron un par de guardaespaldas, abriendo la puerta para una mujer de apariencia elegante, con un porte imponente y un vestido impecable. La mujer bajó del coche con una niña en brazos, y sin mirar alrededor, se dirigió con paso firme hacia un edificio justo frente a ellos.
"Es hora. Levántate", ordenó Alfred, su voz se había vuelto fría y firme.
"No me presiones. Oye, ¿estás seguro de que podemos hacer esto?", preguntó María, su voz temblaba levemente mientras se ponía de pie.
"Tienes un arma contigo, úsala", replicó Alfred con impaciencia.
"Son armas de dardos para animales salvajes... ¿Y si ellos tienen armas de verdad?", María miró a Alfred, esperando algún tipo de respuesta tranquilizadora, pero él simplemente soltó un suspiro profundo y empezó a caminar hacia el edificio sin decir una palabra más.
María miró el café que aún quedaba en su taza, como si pudiera encontrar la valentía en el fondo de ese líquido oscuro. Pero sabía que no tenía otra opción. Tragó con dificultad, dejó la taza sobre la mesa y siguió a Alfred, sintiendo que cada paso la acercaba más a un abismo del que no estaba segura de poder salir.
Entraron al edificio, un hotel de lujo, con la actitud despreocupada de quienes parecen estar en su propio hogar. Se movían con naturalidad, siguiendo a la mujer que se había instalado en un sofá de la sala de estar, mientras sus guardaespaldas se dirigían al mostrador, aparentemente para solicitar las llaves de su habitación.
Alfred se inclinó hacia María, susurrándole con urgencia: "Vamos, es nuestra oportunidad"
"No quiero hacer esto", murmuró María, claramente nerviosa.
"Solo sigue el plan. Nos dijeron que a ella no le gustan los niños y es descuidada. Mírala", Alfred señaló discretamente. "La dejó al lado y ni siquiera la está vigilando"
María frunció los labios, mirando a la niña que estaba dormida y sola a un lado del sofá, ignorada por completo.
"Está bien, hagámoslo rápido", concedió finalmente.
Ambos se separaron, y Alfred se dirigió directamente hacia la mujer, mientras María se movía con cautela hacia la niña. Alfred puso su mejor sonrisa y se acercó a la mujer con un pañuelo en la mano.
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El Mar de los Recuerdos Perdidos
Teen FictionAnelix despierta en un hospital tras un aparatoso accidente de auto, solo para descubrir que ha olvidado los últimos ocho años de su vida. Atrapada entre la confusión de no recordar su matrimonio ni a su pequeña hija, su mundo se convierte en un cao...