14^᪲᪲࣪

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Haerin miró la hora en su reloj y luego las escaleras.

Le había dicho que estuviera lista a las ocho; la impuntualidad era una cualidad que la alfa detestaba y que la Omega exudaba por los poros.

—¡Danielle! —la llamó, y todo lo que obtuvo fue silencio como respuesta.

Miró impaciente el camino hacia la habitación que compartía con la omega y sopesó la idea de ir a buscarla. Solo era la estúpida fiesta que los Park organizaban cada año para recordarle a la alta sociedad coreana que aún existían. No entendía cuál era el empeño de Danielle en retrasar esa experiencia ostentosa y desagradable.

—Perdón, perdón. No encontraba mi colgante —se escuchó la voz de la omega, y Haerin llevó la mirada hacia la escalera, fijando sus ojos en la omega que bajaba apresuradamente.—Solo te pedí cinco minutos, Haerin-ah. Tienes que aprender a ser paciente —le dijo con una sonrisita, deteniéndose frente a ella.

Danielle había cambiado el color de su cabello, ahora era de un naranja mandarina que acentuaba el tono claro de su piel. Un maquillaje ligero adornaba su rostro, resaltando aún más su belleza natural. Llevaba una blusa blanca y holgada que dejaba al descubierto sus clavículas y parte de sus pechos, combinada con un pantalón negro ajustado que resaltaba sus elegantes y delgadas piernas, así como sus caderas estrechas.

—Joder, estás preciosa —fue todo lo que Haerin pudo decir, sintiendo cómo se le secaba la garganta ante aquella vista. Danielle rió, mostrando un ligero sonrojo, y el sonido hizo que Haerin sonriera por inercia.

—Gracias —fue todo lo que respondió Danielle, extendiéndole el colgante.

—»¿Me lo colocas? —le pidió, dándose la vuelta y presentándole la espalda. La imagen de su trasero, perfectamente enmarcado en aquellos pantalones, llenó el campo visual de Haerin.

La alfa jadeó, sintiendo cómo sus propios pantalones se volvían incómodos. Desvió la vista al colgante en sus manos y lo reconoció de inmediato: era el que le había regalado a la omega en su cumpleaños anterior. Haerin se apresuró a colocarlo, no pudiendo resistir la tentación de dejar un beso en la nuca de Danielle al terminar.

—Gracias —dijo la Omega, girándose para mirarla con las mejillas enrojecidas y los ojos brillantes, luciendo increíblemente linda. Y, dios, no era un secreto que Danielle era una Omega hermosa, pero esa noche lucía simplemente celestial.—¿Nos vamos? —preguntó, y Haerin se imaginó a sí misma diciéndole que no, descubriendo por su cuenta las bendiciones corporales que escondía esa ropa elegante.

—Está bien, vamos —dijo finalmente, comenzando a caminar hacia el amplio garaje de la casa, con la Omega siguiéndola de cerca.

—¿Podemos usar el rojo? —le preguntó Danielle, y Haerin se giró a mirarla, algo confundida.

—» Por favor —insistió la omega, y la pelinegra asintió, cerrando la puerta del Mercedes-Benz para dirigirse al auto deportivo que estaba a unos pasos.

Danielle llegó más rápido que ella, admirando con ojos brillantes el brutal deportivo híbrido que Haerin había tenido durante años y que prácticamente no usaba. Nunca había sido de llamar mucho la atención, pero llegar en un Ferrari rojo desafiaba esa idea. Sin embargo, la omega llevaba años deseando subirse a ese auto, y hoy sería el día.

Haerin abrió la puerta para ella, y a Danielle le tomó menos de tres segundos estar dentro del auto, acariciando los asientos de cuero. La alfa rió por lo bajo, algo enternecida por la emoción de la Omega, que lo miraba todo con atención y la boca ligeramente entreabierta. Arrancó el auto, y la sonrisa de Danielle se amplió aún más.

Pusilánime [ daerin ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora