Cadenas de Oro

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La mañana despertó radiante, y la luz del sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando suavemente la habitación donde Sarada y sus hijos, Sanada y Soruto, disfrutaban de un día normal. Los rayos dorados danzaban sobre las paredes, creando un ambiente cálido y acogedor que hacía que el corazón de Sarada se llenara de una felicidad indescriptible.Sanada se sentó en la mesa de la cocina, jugando con sus bloques de construcción, mientras Soruto, aún en pijama, intentaba alcanzar su tazón de cereal con gran entusiasmo. La risa de Soruto resonaba en la habitación, llenándola de una alegría contagiosa. Sarada, con una sonrisa en el rostro, preparaba el desayuno, disfrutando del aroma del arroz recién cocido que evocaba recuerdos cálidos de su infancia.

-¡Mira, mamá! -exclamó Sanada, levantando orgullosamente una torre de bloques-. ¡He construido un castillo!

-¡Es impresionante, Sanada! -respondió Sarada, sintiendo un profundo orgullo que le llenaba el pecho-. ¡Eres una gran constructora!

Soruto, emocionado por el elogio, decidió que quería construir un castillo también y comenzó a imitar a su hermana. Las risas y los gritos de alegría llenaron la habitación mientras los dos pequeños se embarcaban en una competencia amistosa de construcción. Sarada observaba con amor y ternura, sintiendo que cada momento compartido era un tesoro.Mientras tanto, Boruto veía la escena con una sonrisa en el rostro; le encantaba despertar y presenciar la alegría de su familia riendo y conviviendo. Su risa resonaba en el aire, y Sarada no podía evitar sonreír al escuchar la felicidad de su esposo. Aunque Boruto realmente estaba feliz, sabía que Sarada lo completaba, como si su existencia estuviera entrelazada con la suya de una manera que no podía explicar.Sarada sirvió el desayuno en la mesa y los tres se unieron a Boruto. Entre risas, cuentos y anécdotas sobre sus aventuras, la familia compartió una mañana perfecta, impregnada de felicidad y amor. Sarada miró a sus hijos y a Boruto, y en ese instante, sintió que el amor que compartían era genuino y verdadero, un refugio en el que nada podía perturbar su paz.Así, la mañana pasó, llena de risas, juegos y un profundo sentido de pertenencia. Sarada no podía pedir más: tenía una bella esposa y dos hermosos hijos gemelos. Todo lo que había pasado antes no importaba; solo existía el ahora.



Shinjutsu Yume no badu

Esa frase resonaba en su cabeza. La había escuchado en algún momento de su vida, pero ¿dónde? ¿Cuándo? No lo sabía.

-¿Cariño? -lo llamó, preocupada, su voz suave y femenina lo sacó de sus pensamientos.

-¿Ah? ¿Qué pasa, Sarada? -respondió, un poco aturdido.

-Es que te ves muy distraído ¿Todo está bien? -preguntó, una sombra de preocupación cruzando su rostro.

-Sí, tranquila -rió torpemente mientras se rascaba la nuca-. Solo estaba pensando en algo.

-¿En qué? -su curiosidad aumentaba.

-Tranquila, no tiene importancia. Solo es una frase tonta. -No quiso preocupar a su esposa con sus dudas, aunque esa frase seguía repitiéndose en su mente, como un eco distante que no lograba identificar.

Sabía que provenía de una mujer, pero su voz no le era familiar. Ignorarla parecía ser la mejor opción.

Sintió un tirón en sus pantalones y bajó la mirada para encontrarse con sus pequeños hijos.

-¡Papá! -lo llamaron al unísono, con ojos brillantes y expectantes.

-¿Qué pasa? -preguntó mientras se agachaba para estar a su altura.

-¡Tenemos hambre! -dijo Sanada, tocándose la pancita-. ¿Puedes hacer hamburguesas?

-Claro, se las haré en un momento -aclaró con una sonrisa, y los niños celebraron con gritos de alegría.

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