Al otro lado del espejo.Parte 7.

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Kevin estaba colocando los cubiertos en la mesa del comedor, mientras David andaba trajinando en la mesita auxiliar que tenían frente al sofá. Había comprado comida china de regreso desde el hospital e invitado a comer a Melissa que estaría a punto de acabar su turno en la fábrica de bollería donde trabajaba desde hacía ya varios años.

Lo ocurrido en el hospital había aumentado de forma exponencial su ansiedad y su preocupación. Contemplar cómo desaparecían, no solo la información y los datos de una persona, sino la memoria de su amigo Frank, le había revelado hasta qué punto eran frágiles las creencias sobre las que basaba su concepto de realidad.

Le había expulsado de la consulta en cuanto salió de aquella especie de trance, con miedo e incomprensión en sus ojos al no ser capaz de explicarse la presencia de Kevin allí. Este había salido casi huyendo del hospital, pero al menos tenía un nombre y apellidos.

Estaba llenando la jarra de agua y la mano le temblaba con violencia. Se sentía como uno de esos personajes de las series de ficción, solo que aquí no llegaría el Dr. Who a salvar el día. Se apoyó en el fregadero. De hecho, era posible que solo estuviera él ante toda aquella locura.

«Puede que no, quizás seamos dos», intentó consolarse. Encontrar a aquel chico, se había convertido en su santo grial, la tabla de salvación que le daría la explicación a todo y, así, quizás el mundo volvería a tener sentido.

—Papá. —Lo llamó David.

—Dime. —contestó Kevin sin girarse mientras se esforzaba por pasar la ternera con bambú desde el táper a un plato hondo con una sola mano.

—¿Esto del ordenador es un pasatiempo? —Le preguntó. Kevin se giró con rapidez y vio que el niño tenía el portátil abierto y encendido. Se secó la mano con un trapo de cocina y avanzó hacia él, quizás con demasiada prisa.

«Tranquilo», pensaba, «No se ve nada, solo un tronco y puntos»

—Sí, es un pasatiempo, pero ya lo he acabado, ¿lo cerramos? —dijo colocando la mano en la tapa para cerrar el portátil.

—Pero si está mal. —dijo su hijo sujetando a su vez la tapa para impedirlo.

—Da igual, vamos a la mesa, la tía está ya por llegar —insistió Kevin.

—Pero es que no has tenido en cuenta la profundidad, por eso el dibujo no te sale bien. —Le respondió David, señalando algunas moscas de la imagen ampliada.

—¿Cómo? —Se quedó helado Kevin. Se sentó, despacio, al lado de su hijo —¿Qué quieres decir?

—Mira —Y el niño comenzó a mover los dedos a gran velocidad sobre el teclado.

—Tienes que tener en cuenta que todas las moscas no están en el mismo plano, sino que se encuentran a diferentes distancias respecto de la cámara, con trayectorias irregulares de aproximación y separación. Lo mismo cuando desaparecen y aparecen. Tienes que hacer los cálculos así —continuó tecleando ante la mirada atónita de su padre —, y después le ponemos algo de color y aplicamos una fuente de iluminación para que nos de algo más de definición del relieve... Vale. Ya está.

Se volvió triunfante hacia su padre:

—¿Has visto? ¡Lo he acabado! Aunque no es un dibujo muy bonito, es bastante raro. —Se quedó mirando la imagen con la cabeza ladeada.

En ese momento sonó el timbre de la puerta y el niño salió disparado por el pasillo, en dirección hacia el fonoporta.

—¡La tía!

Morir Otra Vez Edición DefinitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora