42
Se había echado a dormir en cuanto llegó a casa, mucho más cansado que hambriento. La fiebre parecía ir y venir cuando menos se lo esperaba y lo estaba dejando exhausto. La verdad, no recordaba con claridad cuando fue la última vez que comió algo caliente, pero solo el hecho de pensar en ingerir algo le provocaba arcadas. Colin se miró el reloj, pronto tendría que abrir la inmobiliaria. Si hubiera tenido fuerzas, habría suspirado. Las tardes tenían la extraña cualidad de pasar mucho más lentas que las mañanas, pese a trabajar en realidad menos horas.
Se levantó con gran trabajo y se vistió. Se miró al espejo, estaba más delgado y con unas enormes bolsas debajo de los ojos.
«Juraría que esta mañana no estaba así», pensó mientras se estiraba la cara frente al espejo. Hasta que llegó «la hermanísima». Hasta ese momento se había sentido genial.
Se irguió frente al espejo y se arregló la corbata. Pensar en esa mujer le ponía furioso.
«Tendrás que hacer algo con ella pronto».
—Sí, creo que sí. —Le contestó al espejo antes de salir.
Minutos después, cuando llegó a la puerta de la inmobiliaria, no le sorprendió en absoluto encontrarla allí plantada, con ese gesto en los labios de ensayado desprecio y su ropa de saldo que pretendía hacer pasar por exclusiva. Si en algo se asemejaba a su hermana, era en la tacañería más absoluta y absurda.
—De qué te sirve tener dinero si no lo disfrutas —masculló al acercarse a ella. Accionó el mando a distancia de las persianas del local, sin sacarlo del bolsillo.
Karen Ramstein alzó una de sus cejas pintadas.
—¿Qué vas murmurando ya? Siempre hablando entre dientes.
—Buenas tardes, ¿ya ha podido hablar con su hermana? Tengo que consultarle un par de cosas y a mí tampoco me coge el teléfono. —Le saludó Colin, con su mejor sonrisa falsa e ignorando el comentario, mientras abría la puerta.
—En su domicilio no está y he hablado con la chica que le limpia la casa y no sabe nada de ella. Por eso estoy aquí. Quiero ver con qué clientes se citó antes de perder el contacto. Y de aquí me iré a la comisaría —afirmó tajante la mujer mientras entraba delante de Colin, que se encogió de hombros.
—Pero ¿qué es ese olor? Es repulsivo. ¿Es que no aireas el local nunca? — Bufó arrugando la nariz.
De cualquier forma, con olor o sin él, se dirigió al escritorio de su hermana.
—¡Abre las ventanas! —ordenó mientras tomaba asiento.
Colin, con tranquilidad, cerró la puerta por dentro y caminó detrás de ella, silbando una melodía. En su mano, el móvil, en el que estaba marcando un número.
Karen estaba encendiendo el ordenador de su hermana mientras se quitaba el pañuelo de seda del cuello. Estaba tentada de ponérselo en la cara. El olor era muy penetrante en aquella parte del local. ¿Y qué hacía ese idiota sonriendo y silbando esa musiquilla, que por otro lado le era tan familiar? Se puso rígida en la silla; ahora le parecía oír la misma canción detrás de ella, así como algo semejante a una vibración amortiguada.
—Ese es el teléfono de mi hermana —afirmó, poniéndose en pie. Venía del baño. Se acercó a la puerta, situada en el fondo del local, y sujetó el pomo.
—No se abre —dijo forcejeando con la puerta.
—A veces cuesta un poco, hay que hacer algo de fuerza hacia arriba porque se descuelga, cosa de las bisagras —indicó Colin detrás de ella.
Sin pensar, hizo lo que le indicaba, pese a que en su cabeza una voz decía a gritos que no lo hiciera y saliera de allí de inmediato.
La puerta se abrió, pero en efecto arrastraba y se frenaba con el suelo, así que empujó con el hombro y, al ceder esta de golpe, cayó dentro del baño. La súbita vaharada de putrefacción la dejó lagrimeando y mareada y al levantar la cabeza la vio. Jennifer estaba allí, con la cabeza metida en el retrete, sin falda y con la ropa interior en los tobillos. La piel ya estaba negra. El móvil, a un lado del escobillero, agitándose. Un brutal pisotón la aplastó contra el suelo y la dejó sin aire. La puerta se cerró detrás de ella y Colin le enrolló el pañuelo por el cuello.
—Mira por dónde, siempre he querido montarme un trío.
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Morir Otra Vez Edición Definitiva
FantasiaEneas el vagabundo huye a través del subsuelo de la ciudad portando contra su pecho una preciosa carga, pero algo le persigue de forma implacable y está a punto de llegar a un callejón sin salida. Brian ha despertado de un coma y, entre los huecos d...