Al otro lado del espejo. Parte 10.

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A bastante distancia de allí, en el interior de un edificio inacabado, una mujer de cabello negro azabache ladeó la cabeza, como si escuchara en la penumbra de aquella planta desnuda y abandonada, una voz que solo ella podía percibir. Sostenía la barbilla de Jonah con una mano y le movió la cabeza a un lado y a otro. Hizo un gesto de contrariedad; no sacaría mucha más información de este despojo. Podía percibir cómo el tenue hilo de vida que le restaba se deshilachaba con rapidez. Le dejó caer la cabeza. Una lástima lo de la mutilación y la pérdida de sangre. Hubiera sido un buen espécimen para la colonización. Se había mostrado muy resistente pese a las heridas.

Retrocedió un poco para contemplar el cuerpo colgado del hierro del forjado de uno de los pilares destrozados, donde lo había encajado a la altura del estómago del que sobresalía ensangrentado el metal retorcido. Quizás se había propasado en su entusiasmo. El trauma resultante ya había sido excesivo. No se podía decir lo mismo de la información que le había dado, que era más bien escasa.

—Pero muy interesante —dijo pensativa.

Se bajó las mangas de la blusa, que llevaba arremangadas. Odiaba ensuciarse la ropa, al menos la que le gustaba. Ahora la disyuntiva estaba en el tratamiento que debía darle a la información. El Gris querría saber cómo se habían desarrollado los acontecimientos y el motivo por el cual no tenía entre sus manos al joven que, con seguridad, había acabado con tres de sus preciosas mascotas.

«Ya lo resolveré después», pensó.

Ahora mismo le preocupaba más la inestabilidad que mostraba uno de sus «asociados». Su estado mental oscilaba en límites peligrosos y casi fuera de su control. Quizás al puñetero gran jefe le divirtieran el caos y las muertes gratuitas, que incluso se beneficiara con ello, pero en lo que a ella se refería, abogaba más por mantener un férreo control sobre los actos de los que trabajaban siguiendo sus instrucciones. Si permitía furtivos en su zona de caza, tarde o temprano acabarían llamando la atención de alguien.

El cuerpo de Jonah se agitó. «Aún se aferra a la vida», pensó con admiración. Miró el reloj: era hora de ir acabando con esto. Se acercó a él y se puso de puntillas para acercar sus labios a los suyos. Jonah reaccionó abriendo los ojos, llenos de un horror indescriptible, mientras se sacudía como alcanzado por un rayo. Apenas duró unos segundos. Cuando la mujer se retiró con una sonrisa en su rostro manchado de sangre, lo que restaba del hombre apenas era una carcasa reseca adherida al hueso.

Sacó el móvil y un pañuelo del bolso, con el que se enjuagó la sangre antes de hablar.

—Necesito una recogida, te envío la dirección. Extremad las precauciones; la policía anda cerca.

Iba a colgar, cuando añadió:

—Id ligeros, es probable que os necesite en otro lugar en breve.

Bajó las escaleras, silenciosa pese a los tacones de aguja, y salió a la calle colocándose las gafas de sol.

—Vamos a ver qué ha hecho nuestro chico, mientras mamá no estaba en casa. —Suspiró mientras doblaba la esquina y se incorporaba a la avenida atestada de gente.

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Kevin llevaba un rato en la cafetería. Había elegido una mesa tranquila, alejada de la puerta, desde la que poder trabajar con el portátil. Se estaba dando cuenta de que tener un nombre no significaba gran cosa cuando hay cientos, si no miles, de personas que lo comparten. Acotar la búsqueda usando el nombre de la población tampoco le servía de mucho. Además, comenzaba a plantearse si la base de datos del hospital había sido la única borrada.

Morir Otra Vez Edición DefinitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora