Al otro lado del espejo. Parte 17.

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Llegaron al restaurante pasadas las diez y Kevin se alegró de inmediato de haber reservado mesa con más de un mes de antelación. La cola de gente esperando en la calle para acceder al local pese a las bajas temperaturas era increíble. Casi daba la vuelta a la manzana.

—No me lo puedo creer —comentó Kevin mientras se acercaban a la puerta custodiada por dos vigilantes enormes vestidos como gánsteres y un atildado recepcionista con un rostro de cualidades pétreas. De hecho, le pareció que ni siquiera movió los labios cuando al identificarse les obsequió con un lacónico «Pasen». Accedieron al interior del local, donde una amable joven se hizo cargo de sus abrigos, devolviéndoles a cambio un juego de discretas etiquetas.

—¿Has visto las caras de algunos en la fila de fuera? He visto miradas menos duras en manifestaciones de la televisión —susurró Melissa a su lado.

—Sí, creo que jamás en mi vida me había sentido esnob hasta ahora —contestó él incómodo de forma evidente mientras aguardaban a que les guiaran a su mesa.

Melissa le tomó de la barbilla y le hizo voltear el rostro hacia ella en un gesto natural e instintivo.

—Eh, disfrutemos por una noche, esto tampoco es algo que podamos hacer todos los días.

«Tiene unos ojos verdes increíbles y en ocasiones arrojan destellos dorados. ¿Se lo habrán dicho alguna vez?», le pasó por la cabeza como un flash a Kevin.

—Te ha faltado decir «vaquero». —rio.

—¿Cómo?

«Eh, vaquero», la Hayworth habría dicho algo así, seguro. —Le aclaró él.

Melissa enarcó una ceja. Un camarero se aproximó para llevarlos a su mesa.

—Suena más a Marlene, —contestó ella sonriendo y avanzando con paso firme hacia el comedor con David de la mano. Kevin tuvo casi que saltar para colocarse a su lado, mientras la admiraba de reojo. «Se ha metido bien en el papel», reflexionó mientras observaba como el avance de Melissa por el restaurante no pasaba inadvertido para muchos de los hombres allí reunidos. Sintió una leve punzada de celos combinada con orgullo por ser él quien caminaba a su lado, que lo dejó desconcertado. Recordó la discusión con Dimas y se preguntó con una media sonrisa si su atípico compañero no tendría razón.

El gigantesco local tenía el aforo casi completo y, a decir verdad, la mayoría de los presentes cumplían con las normas de vestuario sugeridas por la gerencia. El detalle estaba cuidado hasta la exageración, inspirado en la época, pero con un aire de modernidad. Según decían, muy similar en cuanto al concepto al «Le Girafe», situado frente a la torre Eiffel en París.

«Pero sin sus vistas», decidió cuando reparó en que los grandes ventanales acristalados daban una visión completa del interior desde la calle, donde podías observar y ser observado por la multitud que aguardaba fuera. «Sin presión, ¿eh?».

Deslizó su vista por el local, mientras el camarero ayudaba a sentarse a Melissa y David lo hacía por iniciativa propia, encantado con el diseño en rejilla de la silla. La barra estaba al fondo, opuesta a la entrada y muy concurrida, dando acceso por sus laterales a salas para fumadores y los inevitables baños. La pista de baile se encontraba tras él, de momento cerrada hasta que comenzaran las actuaciones algo más tarde. No se encontraba al mismo nivel que el resto del local, sino que se accedía bajando unos escalones, cuatro para ser exactos, mientras que el escenario se elevaba por encima de la altura media del local para facilitar la visualización desde las mesas. Detrás, se divisaba la entrada a los jardines del enorme patio interior del edificio.

Morir Otra Vez Edición DefinitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora