Despertares y esperanzas. Parte 6.

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La jabalina había hervido en sus manos hasta desaparecer cuando el torrente de energía y luz brotó de él hacia aquella cosa, pero continuó empujando cuanto tenía en aquella dirección, incluso cuando la detonación convirtió el aire enrarecido en plasma ardiente.

Brian salió despedido hacia atrás y, por un instante, fue capaz de ir por delante de las llamas y atisbar a su espalda cómo el canal se internaba en la pared y finalizaba la parte transitable del alcantarillado, tal y como le advirtió Eneas. El fuego ya le rodeaba cuando cayó dentro del agua insalubre y se sumergió cuanto pudo, nadando a ciegas en medio de aquella porquería. No le sirvió de mucho cuando el rayo impactó y todo se volvió blanco. Se vio empujado a gran velocidad por el conducto, golpeándose en las paredes durante el trayecto, ahogándose y quemándose a partes iguales, buscando asideros que no encontraba, hasta que el aire se agotó en sus pulmones y todo se hizo oscuridad, densa, impenetrable; entonces percibió un destello en la distancia y trató de acercarse a él con toda la fuerza que da la desesperación.

Al abrir los ojos, se sintió confundido durante unos segundos, viendo un techo color crema con manchas de suciedad, que le era a la vez familiar y extraño. Notó el cuerpo entumecido como cuando has dormido varias horas de más después de una noche de fiesta y al poco comenzó a advertir las conversaciones a su alrededor... ¿Esa era su madre, la que lloraba?... Intentó girar la cabeza y notó algo tirante y molesto en la cara. Quiso quitárselo, pero alguien le sujetó el brazo y se lo impidió. La vista la tenía borrosa; le costaba enfocar.

—¡Está despierto! ¡Está despierto! —gritó alguien a su lado. No supo identificar la voz.

—No, esto está mal, ya ocurrió. —Intentó llevarse las manos a la cabeza para mitigar el dolor, pero no sentía el cuerpo.

Se encontraba empapado bajo la lluvia, mirando a un hombre tirado en el suelo de un pequeño cubículo, al que le decía algo:

—¿Está bien? —Le gritó sin entrar —¿Está bien? —Insistió. El hombre, sorprendido, apenas pudo farfullar una respuesta, a la que él contestó de forma afirmativa con la cabeza.

Se giró para mirar a un lado:

— ¡Ya vuelven! ¿Puede cerrar la puerta? —Le preguntó al desconocido.

—Creo... Creo que sí... —contestó este levantando un candado —. Pero no sé si aguantará.

—Pues me los llevo, haré que me sigan, a las calles, a las luces. ¡Yo qué sé, pero escónda...! —No llegó a finalizar la frase, aquellas cosas se lanzaron sobre él y lo tumbaron al suelo, desde donde intentó defenderse de ellas. Consiguió romperle el cuello a una, pero otra le arrancó la pierna izquierda en un estallido de dolor increíble y lo último que vio fueron unas fauces abiertas sobre su cara.

—¡No!, ¡No ocurrió así! —exclamó a la oscuridad, pero la escena cambió de nuevo pese a sus protestas.

Se encontraba de nuevo en la entrada del callejón, desangrándose ante los cadáveres de aquellas tres cosas, con el vientre abierto y sin brazo izquierdo. Apoyado contra un contenedor bajo la lluvia, intentando escribir algo en la pared con su propia sangre. Un vagabundo yacía bocabajo en el centro del callejón, el rostro dentro del agua. Le pareció escuchar el llanto de un niño.

Esta escena sí removió algo en él.

—Me encontraron sentado en la entrada de un callejón... ¿Era el mismo? —Pensó con incredulidad.

Se giró, o pensó que se giraba en la oscuridad. Le había parecido que le llamaban por su nombre.

—¡¡CORRE!! La sangre, ¡pueden verte!

Morir Otra Vez Edición DefinitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora