27
Dimas cerró la puerta de la habitación con llave. Tenía el rostro tenso y pálido, con los labios formando una delgada línea de disgusto, y los puños apretados. Inhaló aire un par de veces y comprobó la hora en su reloj de pulsera. Mejor iba haciendo camino hacia el trabajo, su turno de noche comenzaba en breve. Pasó a la cocina y se dispuso a prepararse un pequeño tentempié, por si a mitad de la noche le entraba hambre. Sacó una bolsa grande de pan de molde de la alacena y fiambre de la nevera. Hizo un sandwich de dos pisos y después se lo pensó y añadió un tercero. A continuación, hizo otro sandwich igual y añadió un par de latas frías de bebida energética de medio litro. Con eso podría ir tirando durante el turno. Lo introdujo todo en una bolsa del supermercado y se dirigió a la salida de su piso. Al hacerlo, cruzó de nuevo por delante de la puerta que había cerrado antes y corrió los tres enormes cerrojos que reforzaban la ya de por sí sólida puerta blindada. Se giró y miró enfrente y arriba, hacia la moldura de la escayola, para comprobar que la cámara IP estaba activada y situada de forma correcta. Se contempló a sí mismo a través de la aplicación remota del móvil.
«Todo correcto», se dijo, al tiempo que reanudaba el camino hacia la salida. Recogió de la bandeja de cerámica que tenía sobre el mueble de la entrada, su cartera y las llaves del coche, observando por un segundo su reflejo en el espejo del recibidor. «Vaya ojeras, macho», pensó saliendo al rellano de la escalera. Cerró la puerta tras de sí y escuchó el familiar bip de la alarma al activarse el sistema. El ascensor le llevó al aparcamiento de la comunidad, donde tenía aparcado su taxi.
Al pasar frente a la puerta de uno de los trasteros comunitarios, le salió al paso una tremenda cucaracha albina a la que aplastó con el zapato con sorprendente velocidad. Restregó la suela del mismo sobre el suelo de cemento, para librarse de los restos adheridos.
«Maldita sea», pensó mirando hacia el trastero del que había salido.
—Ahora mismo no tengo tiempo para esto. —dijo mirando la hora.
Llegó a su plaza de aparcamiento y se subió al taxi. A un lado, descansaba el Horizon. Mientras arrancaba el vehículo, pensó en Kevin y se dio cuenta de que no le había llamado para ver cómo se encontraba. Esta noche le echaría de menos.
—A ver quién coño me va a invitar al café —Se rio en voz alta.
28
Y mientras Dimas marchaba hacia la parada de taxis, David caminaba por una llanura que aparentaba no tener fin, bajo un cielo estrellado como nunca hubiera imaginado que pudiera existir. Admiraba extasiado las nebulosas y las galaxias, los cúmulos de estrellas y las lluvias de meteoritos que de tanto en tanto se producían. No era de día, pero tampoco aparentaba ser de noche. Es cierto que no se veía el sol por ninguna parte, pero una luz de tonos malva lo iluminaba todo con suavidad.
Era como estar dentro de la versión superextra de lujo de su lámpara de noche. Estaba entusiasmado con aquel sueño tan vívido. Porque sabía que era un sueño, esas cosas no existían en la vida real, lo que era una auténtica lástima. Era un niño contemplando un mundo que le era por completa ajeno y lo juzgó hermoso, aunque no se divisara nada más que arenisca y rocas por doquier... Llevaba rato caminando y no se había cruzado con ningún animal ni planta, ni con nada que se le semejara. En la mano llevaba sujeta la piedra negra y se preguntó si, bajo aquel cielo, reaccionaría igual que al acercarla a su lámpara. Así que la alzó hasta la altura de sus ojos y abrió la mano, con la piedra en medio de su palma. Aguardó un poco, pero no parecía ocurrir nada interesante.
—Jo, que pena —expresó su decepción en voz alta. Ya hubiera sido un supersueño si se hubiera abierto y surgido un polluelo de ave de trueno. «¿O ya salían adultos?», esa parte no recordaba si se explicaba en la película, la verdad. Iba a guardarla en el bolsillo del pantalón, cuando la piedra vibró con suavidad y parpadeó, muy tenue, una luz azul que se desplazaba por el interior de una de las líneas concéntricas que tenía talladas.
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Morir Otra Vez Edición Definitiva
FantasíaEneas el vagabundo huye a través del subsuelo de la ciudad portando contra su pecho una preciosa carga, pero algo le persigue de forma implacable y está a punto de llegar a un callejón sin salida. Brian ha despertado de un coma y, entre los huecos d...