Al otro lado del espejo. Parte 13.

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Aguardó paciente a que Dimas desconectara la alarma y entró en el domicilio solo cuando él se lo indicó. Kevin se quedó de pie en el recibidor, mirando su imagen en un anticuado espejo de marco curvo realizado en caoba. Dimas estaba cerrando la puerta por dentro y armando de nuevo la alarma.

—No te quedes ahí pasmado y deja el abrigo en el perchero. —Le dijo a Kevin sin mirarlo siquiera. Mientras lo hacía, Dimas recorrió unos metros del pasillo decorado con un espantoso papel pintado y se plantó ante una de las puertas. Kevin caminó hasta colocarse a su lado, con la boca abierta. La puerta era blindada, tan sólida o más, que como la que guardaba la entrada a la vivienda. Tenía tres enormes cerrojos de barra corrediza colocados a diferentes alturas y había advertido la cámara de vigilancia que la enfocaba. «Esto no es para evitar que entren, es para controlar que no salga nada de esa habitación», reflexionó intrigado y preocupado Kevin.

—Pronto lo entenderás —dijo Dimas, leyendo en su rostro el desconcierto.

Descorrió los cerrojos e insertó la llave, a la que dio tres vueltas antes de poder abrir. Se escuchó un chasquido final cuando esta se abrió. Kevin percibió de inmediato el olor a productos químicos y, por debajo de ellos, algo parecido a la menta, e incluso laurel. La luz se encendió sola en cuanto Dimas accedió al interior y Kevin le siguió, otra vez con la boca abierta, sin saber qué decir.

—Deja de hacer eso, coño. Es muy molesto y pareces ido. —Le pidió Dimas mirándole de reojo. Lo de la boca. — Le indicó por señas. Kevin la cerró de golpe, demasiado de golpe, produciendo un ruido seco al entrechocar los dientes con excesiva fuerza.

Dimas meneó la cabeza y le señaló uno de los dos trajes NBQ que colgaban de la pared.

—Tenemos que ponernos eso antes de entrar a la siguiente sala. Yo te ayudo. Es bastante incómodo y complicado hacerlo solo, pero ya tengo práctica. Por desgracia —explicó.

Kevin aún estaba procesando lo que veía. Las paredes de la habitación se habían cubierto con planchas metálicas soldadas entre sí, que cubrían también suelo y techo. Además, estaba todo recubierto de plástico transparente, grueso y duro. Un poco más adelante se veía un arco con un rudimentario sistema de aspersión conectado a unas bombonas que contenían algún tipo de producto químico. Al fondo, una pared de cemento con otra puerta metálica y, a un costado, una pequeña mesita con un portátil que monitoreaba lo que parecía ser una jaula de cristal en el centro de una sala vacía. De repente, vio una imagen de sí mismo desde atrás y se giró para ver otra cámara en la parte superior de la puerta que daba al pasillo.

—Esto solía ser el comedor de mi casa; era la habitación más grande de la que disponía para realizar el confinamiento. —dijo Dimas, que ya se estaba colocando el traje de protección.

—¿Pero qué coño guardas ahí dentro? —preguntó Kevin, mientras procedía a vestirse a su vez, con el traje. Pesaba una barbaridad y parecía llevar placas rígidas por el interior. Dejó vacía la manga derecha, dado que con la escayola no podía introducir el brazo, y Dimas la selló enrollando con cinta americana el extremo.

—Son de los años ochenta, retirados por el ejército, pero era lo mejor que podía conseguir sin llamar la atención —informó al tiempo que le acercaba una máscara con filtros de aire.

Cuando Dimas estuvo seguro de que los trajes de ambos eran estancos, conectó el suministro de oxígeno y se acercó a la segunda puerta. Se volteó para ver a Kevin, que le hizo un gesto de conformidad con la mano.

Entraron a una sala más grande, recubierta de plástico y con los mismos refuerzos en todas las superficies. Kevin se fijó en unas líneas metálicas que recorrían el techo y las paredes.

Morir Otra Vez Edición DefinitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora