El tiempo ausente. Parte 1.

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Ya habían pasado varias horas desde su despertar y, por fin, el flujo de visitas de familiares y médicos había cesado y le permitía pensar en su situación.

Con una mano apoyada en la ventana de la habitación, percibía el frío del exterior filtrarse a través del cristal mientras observaba el constante ir y venir de su padre en la calle frente al hospital, fumando pitillo tras pitillo. Se daba cuenta de que sentía un dominio de sí mismo que, dadas las circunstancias, no tenía sentido alguno. Nadie diría que había estado siete días en coma.

«Una semana... siete días», volvió a repetirse.

Sería cosa de la medicación que le habrían estado suministrando el ser capaz de sentirse tan ajeno a sí mismo, pese a sus problemas para digerir toda la información que le habían dado en tan poco tiempo. Al menos la pareja de policías que se había acercado a interesarse por él, se mostró comprensiva con su absoluta falta de recuerdos.

Le informaron de que lo encontró una mujer paseando al perro de madrugada, sentado en el suelo y apoyado en la pared de un callejón sin salida, uno donde se acumulan los contenedores de basura para el servicio de los comercios cercanos.

En un primer momento la policía local intentó despertarlo pensando que se trataba de una simple borrachera, pero ante la ausencia de reacciones, llamaron a una ambulancia cuyos sanitarios tuvieron el mismo éxito que ellos reanimándolo.

Sin lesiones aparentes, negativo en drogas y alcohol, la cartera intacta y conservaba el reloj y el móvil.

No poseían pista alguna sobre qué le había ocurrido y él, ahora mismo, no recordaba cómo y porqué había llegado allí. No estaba cerca de ninguna zona que frecuentara, ni siquiera le venía de paso para ir desde su casa al... «¿trabajo?». Sacudió la cabeza, su memoria no andaba bien todavía. Las imágenes iban y venían sin orden aparente, apenas unos fragmentos inconexos aquí y allá.

Sus recuerdos de irse a dormir solo, en su piso, bien podrían ser de hace siete días como de un mes atrás.

—¿En qué piensas? —Le preguntó su madre. Había sido una presencia constante a su lado desde que despertó.

Se volvió a medias para mirarla. Lo que su familia habría pasado durante este tiempo, no quería ni imaginarlo. Estaba muy demacrada y había perdido peso. Su cabello, que siempre recordaba impecable, ahora se encontraba revuelto y algo descuidado.

Se había opuesto, junto con los médicos, a que se levantara tan pronto. Pero al igual que ellos, tuvo que ceder ante la evidencia de que Brian se encontraba bien físicamente y no tenía problemas para mantener un discurso coherente ni para sostenerse en pie. Siete días en coma y se levantaba y actuaba como si hubiera sido una siesta.

El neurólogo aún no se lo creía, al día siguiente le harían una batería de nuevas pruebas a fin de determinar si había daños de algún tipo en el cerebro.

Por hoy, le habían dejado tranquilo tras consentir en retirarle las sondas, a la espera de ver cómo evolucionaba. Brian sospechaba que aguardaban a ver algún tipo de regresión o incluso contemplaban la posibilidad de que recayera en el coma de súbito.

—En nada particular —Le respondió a su madre con un leve encogimiento de hombros —. Tengo tantas cosas dándome vueltas en la cabeza que no me decido por ninguna —. Y añadió sonriendo:

—No está mal para alguien que no ha tenido casi actividad cerebral durante una semana.

Su madre lo miró furibunda durante unos segundos:

—No hagas bromas con eso —dijo casi en un murmullo.

Brian la observó con curiosidad. En cualquier otra ocasión, habría sido mucho más tajante; que estuviera tan contenida indicaba lo preocupada y agotada que se encontraba.

Morir Otra Vez Edición DefinitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora