Recuerda que vas a morir. Parte 1.

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La primera señal de que algo no iba bien fue ver al tipo de negro montando su arma en la cabina de control de la grúa. Los otros dos debieron de percibir algo también, porque comenzaron a repartirse armamento procedente de dos bolsas grandes de color oscuro que no estaban allí antes de que Eneas acudiera a revisar las luces en los almacenes.

«Alguien más los apoya. Han debido de tener visita mientras yo me las veía con esa pareja. Y apuesto a que sigue cerca»

Lo percibía, una tensión en la nuca y el vello erizado, cómo cuando pisabas una calle en territorio enemigo, en la que sabías que la muerte aguardaba en cada esquina, detrás de cada ventana. «Me observan, no al incendio, ni a la criatura que está a punto de emerger... a mí».

Pivotó sobre sí mismo despacio, sacando el gladius de su tahalí, buscando el origen de su inquietud, aislándose del ruido, de las llamas, de cualquier otra cosa que no fuera localizar a su misterioso observador. Estaba harto de responder a los acontecimientos en lugar de adelantarse a ellos. El vagabundo llamado Eneas quizá hubiera buscado refugio y tratado de evitar estas situaciones, pero el hombre que fue una vez regresaba a pasos agigantados y, con él, sus instintos. Había comenzado un lento despertar desde el momento en que se encontró frente a aquellas criaturas sosteniendo al bebé tal y como en su día sostuvo...

—Ahora no... —Sacudió la cabeza y copos de nieve se desprendieron de su cabello.

—Piensa, dónde estarías tú. —Se dijo a sí mismo.

Algo similar a un rugido surgió del fondo del pozo en llamas y al darse la vuelta contempló como, una vez más, una gigantesca garra surgía buscando un punto de apoyo. El tipo de la grúa ya estaba disparando hacia lo que fuera que quisiera salir de la hendidura y al segundo se le unieron los otros dos. Solo lo pensó un segundo antes de lanzarse a correr hacia la oscuridad de los almacenes. Para cualquier observador estaría claro que huía de la zona.

Entre tanto, Brian corría ya por la salida del puerto ignorando el dolor que le producían las quemaduras y las múltiples contusiones que había recibido en su accidentada salida del alcantarillado. Ahora sabía que pronto sanarían, pero también que para ello tendría que reponer sus agotadas reservas de energía. Se limpió la sangre de las mejillas con el sucio dorso de su mano.

«No es momento, lo percibirá y todo se precipitará demasiado pronto una vez más. Con suerte, la criatura lo mantendrá entretenido el tiempo necesario en la zona portuaria y yo podré finalizar mi misión de una maldita vez», cavilaba a toda velocidad mientras buscaba un vehículo que pudiera utilizar para trasladarse.

Saltó la valla que protegía el aparcamiento privado de los clientes del puerto deportivo y de inmediato se fijó en un Mercedes clase C Sport Edition.

—Te ha tocado. —dijo mientras se acercaba al vehículo. Al apoyar su mano en la puerta, saltaron unas leves chispas y esta se abrió sola. Se acomodó en el interior justo en el momento en que le pareció observar una masa de oscuridad, de la consistencia del humo, moverse hacia el incendio en dirección contraria al viento.

—A tiempo como siempre, Kaleb. Pero esta vez no me pillarás.

Conectó el reproductor de música del coche e «In the End» de Linkin Park comenzó a sonar con fuerza. Pisó a fondo y salió del parking, llevándose por delante la barrera de la entrada, en dirección al centro de la ciudad, cruzándose con un desfile de camiones de bomberos, policía y ambulancias que avanzaban en dirección contraria.

En el foso en llamas, la gigantesca criatura luchaba por salir a la superficie. Tenía calcinada una gran parte del cuerpo, incluida la mitad de la cabeza y todavía seguía ardiendo. El gasóleo la empapaba por completo y las llamas se avivaron al contacto con el aire fresco, aumentando su dolor y su ira. Seguía recibiendo impactos de granada y balas explosivas de alto calibre, pero su tamaño era demasiado incluso para aquello.

Morir Otra Vez Edición DefinitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora