Despertares y esperanzas. Parte 5.

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La «burbuja» comenzó a entrar en contacto en algunos puntos con las barreras que Kaleb mantenía alzadas alrededor de la ciudad y el aire comenzó a distorsionarse en esas zonas, como lo hace sobre el asfalto de una carretera en un medio día de agosto. Nadie se encontraba cerca de esos puntos de conflicto, como si los que habían quedado fuera no quisieran entrar y los que se encontraban dentro renunciaran a salir de la ciudad esa noche.

La ventisca, desatada ya en todo su apogeo, parecía susurrar una advertencia:

«No os mováis, aguardad donde os encontréis».

Y la mayoría parecía escucharla. Los locales se habían vaciado, en su mayoría, mucho antes de la hora habitual.

Kaleb percibía la tensión acumularse a gran velocidad en el tremendo circuito de salvaguardas y desviaba la energía de un punto a otro, manteniendo un delicado balance. La idea era contener la energía antes que desapareciera y acumularla en la gigantesca infraestructura subterránea que aguardaba a muchos metros por debajo incluso de la urbe grecorromana. Una labor titánica a la que se había dedicado a través de los años, en solitario, sin tener siquiera la certeza de que llegara el día en que pudiera usarla. Tan solo una pequeña, no... diminuta posibilidad de que un remanente de la fuente aflorara, como los restos de agua en una cañería vieja a la que no se daba uso y que de repente se precipitara por el grifo largo tiempo abierto.

Sin embargo... La «burbuja» presentaba exactamente las mismas cualidades que la fuente, muy diluidas, eso sí, pero no había atisbo de corrupción alguna. Sabía que esta se producía; lo había visto antes.

—Y, sin embargo, es casi perfecta. —murmuró apretando los labios en una fina línea.

En ese momento, alguien gritó uno de sus nombres con dolor y agonía. Una llamada de auxilio a la que no podía evitar responder y trató de «deslizarse» hacia ella, para descubrir que la maldita «burbuja» ya cubría esa zona y se lo impedía, de la misma forma que lo había hecho en la cueva unas horas antes.

Se elevó a los cielos con una maldición en los labios, ignorando las corrientes heladas y la nieve que impedían la visibilidad, dejando atrás el ruido y las luces de la ciudad, mientras aumentaba su velocidad y altitud cada vez más rápido, hasta que la tierra se perdió entre remolinos de copos de nieve. Se alzó por encima de la tormenta, hasta el silencio de un cielo tachonado de estrellas. La luna la dejó a su espalda, contemplando las nubes de tormenta retorcerse bajo sus pies.

—No entiendo porque me niegas ahora a mí que siempre prosperé bajo tu manto y te he guardado de los que temen tu existencia misma, pero ahora no tengo tiempo para esto —dijo antes de lanzarse en picado.

Atravesó el manto de nubes como un meteoro de oscuridad y llamas carmesíes, haciendo que se apartaran a su paso y formando un claro en los cielos durante unos segundos. Atravesó el límite superior de la «burbuja» a mach 3, provocando un estallido silencioso y una ondulación que se transmitió por toda su superficie y, por ende, en la ciudad.

La mayoría de los habitantes que estaban conscientes, callaron durante un segundo cómo si estuvieran intentando escuchar algo que no acababan de determinar. Otros, despiertos a la influencia de la Fuente, se taparon los oídos como si hubieran oído una tremenda detonación. Hasta los que estaban dormidos se despertaron gritando...

Una fracción de segundo antes de impactar con el edificio que era su objetivo, logró proyectarse al interior, surgiendo con la piel humeante de la oscuridad de un pasillo cuyas luces colgaban y parpadeaban intermitentes. Daba igual a dónde mirara, solo había cadáveres de médicos y enfermeras. Un vigilante de seguridad se desangraba sobre una silla de ruedas destrozada, el cuello roto y una tremenda herida en el pecho. Un rápido vistazo le bastó para saber que le habían arrancado el corazón. No le hizo falta entrar en las habitaciones para saber que todos los pacientes habían sufrido un destino similar. Al doblar el pasillo a la izquierda, halló su objetivo, la sala de neonatos e incubadoras. Había sangre salpicando las puertas que se abrieron a su paso. En el suelo, en medio de un charco de sangre, una enfermera joven resistía apenas con vida.

Morir Otra Vez Edición DefinitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora