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La noche envolvía el castillo en un manto de oscuridad, solo interrumpido por el tenue resplandor de la luna que se filtraba por las rendijas de las cortinas. En su alcoba, Fernando se encontraba desvistiéndose, perdido en sus pensamientos. De pronto, sintió unos brazos rodear su cintura. Era Elvira.

—Fernando —susurró ella, su voz suave como una caricia.

Se giró sorprendido, encontrándose con los ojos brillantes de Elvira. Sin mediar palabra, la atrajo hacia él y la besó con una pasión desbordante. Sus labios se movían al unísono, explorando cada rincón de la boca del otro. Elvira se aferró a él, sintiendo su corazón latir con fuerza contra su pecho.

Con cuidado, Fernando la llevó hasta la cama, donde la depositó suavemente sobre las sábanas. La noche se convirtió en un torbellino de sensaciones. Sus cuerpos se movían al ritmo de la pasión, sus respiraciones se entrelazaban en un solo aliento. Elvira se sentía como si estuviera flotando, perdida en un mar de placer.

Fernando la miraba con adoración, sus ojos llenos de deseo. Con cada caricia, cada beso, reafirmaba el amor que sentía por ella. La noche se prolongó, convirtiéndose en un recuerdo imborrable para ambos.

Fernando y Elvira yacían entrelazados en la cama, la respiración entrecortada y el corazón latiendo a mil por hora. La pasión que los había consumido había dejado una estela de satisfacción y complicidad en el ambiente.
Elvira, acurrucada en los brazos de Fernando, lo miró con ojos llenos de amor y admiración.

—Nunca pensé que sentiría algo así —susurró ella, su voz ronca por la emoción—. Me siento tan afortunada de tenerte.

Fernando sonrió, acariciando su cabello.

—Yo también, Elvira. Eres todo lo que siempre he querido.

Un silencio cómodo se instaló entre ellos, interrumpido solo por el crepitar del fuego en la chimenea. Fernando se preguntó cómo había llegado a este punto, a estar tan enamorado de una mujer que no era su prometida.

—Odio a Isabela —confesó Fernando, su voz llena de resentimiento—. No tiene nada de lo que tú tienes.

Elvira asintió, sintiendo un punzante dolor en el corazón. Sabía que su relación con Fernando estaba mal, pero no podía evitar sentir celos de Isabela.

—Lo sé —respondió ella, suspirando—. Pero no debemos pensar en ella ahora. Disfrutemos de este momento.

Fernando la besó nuevamente, y por un instante, olvidaron todos sus problemas. Pero a medida que la noche avanzaba, la realidad los alcanzó. Sabían que no podían seguir viviendo así por mucho tiempo.

Al amanecer, se Fernando se despertó entrelazado a Elvira, aún sintiendo el calor de la pasión que los había unido.

La mañana bañaba la habitación con una suave luz dorada, creando una atmósfera de tranquilidad y bienestar. Fernando abrió los ojos y su mirada se posó en Elvira, que dormía plácidamente a su lado. Una sonrisa se dibujó en su rostro al contemplarla. Con cuidado, comenzó a acariciar su cabello, dejando caer besos suaves en su frente.

Elvira se removió en la cama y abrió los ojos, encontrándose con la mirada de Fernando. Una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Buenos días —murmuró ella, su voz ronca por el sueño.

—Buenos días, mi amor —respondió él, acercándose para besarla.

El beso se prolongó, profundo y apasionado, despertando en ambos una sensación de plenitud y felicidad. Fernando volvió a tomarla en sus brazos, acariciando su cuerpo con ternura.

Bound by Fate, Freed by LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora