10

14 2 1
                                    

La catedral estaba adornada con una magnificencia que reflejaba la importancia del evento. Los altos techos abovedados, decorados con frescos intrincados, se elevaban majestuosamente sobre los bancos de madera oscura. Las vidrieras, con sus colores vibrantes, dejaban pasar la luz del sol, creando un caleidoscopio de colores que iluminaba el interior con una belleza etérea. Los candelabros de oro macizo colgaban del techo, añadiendo un brillo cálido y acogedor al ambiente solemne.

Los invitados, vestidos con sus mejores galas, llenaban los bancos de la catedral. Nobles de todos los rincones del reino habían acudido para presenciar la unión de Fernando e Isabela. Las damas lucían vestidos de seda y encaje, adornados con joyas brillantes, mientras que los caballeros vestían trajes elegantes y capas de terciopelo. El murmullo de las conversaciones se mezclaba con el suave sonido del órgano, creando una atmósfera de expectación y emoción.

Isabela, al entrar en la catedral, capturó la atención de todos los presentes. Su vestido de novia era una obra de arte, confeccionado con la más fina seda blanca y adornado con delicados bordados de hilo de plata. La falda se extendía en una cola larga y elegante, mientras que el corsé realzaba su figura esbelta. Un velo de tul, sujeto por una tiara de diamantes, caía suavemente sobre su rostro, añadiendo un toque de misterio y gracia. Sus ojos, aunque llenos de una mezcla de nerviosismo y tristeza, brillaban con una luz interior que no podía ser ignorada.

Fernando, esperando en el altar, observaba a Isabela con una mezcla de sentimientos contradictorios. Aunque su corazón seguía perteneciendo a Elvira, no podía negar la belleza de Isabela. Sin embargo, su expresión permanecía fría y distante, su rostro una máscara de indiferencia. Mientras Isabela avanzaba por el pasillo, Fernando no mostró ninguna emoción, manteniendo su mirada fija y su postura rígida.

El sacerdote, vestido con sus vestiduras ceremoniales, esperaba pacientemente en el altar. A su lado, los padrinos y madrinas de la boda, incluyendo a Doña Leonor y los Duques de Montemayor, observaban con orgullo y satisfacción. La ceremonia comenzó con las palabras solemnes del sacerdote, y los votos fueron intercambiados en un ambiente de reverencia y solemnidad.

A pesar de la frialdad de Fernando, Isabela mantuvo su dignidad y compostura. Sus manos temblaban ligeramente mientras sostenía el ramo de flores blancas, pero su voz fue firme y clara al pronunciar sus votos. Fernando, por su parte, recitó sus promesas con una voz monótona y sin emoción, cumpliendo con su deber sin mostrar ningún signo de afecto.

Cuando el sacerdote finalmente declaró a Fernando e Isabela como marido y mujer, un aplauso resonó en la catedral. Los invitados se levantaron de sus asientos, felicitando a la pareja con sonrisas y palabras amables. Fernando, sin embargo, apenas miró a Isabela, manteniendo su distancia emocional incluso en ese momento de celebración.

La boda, aunque hermosa y grandiosa, estaba marcada por la tensión y la tristeza subyacente. Isabela, a pesar de su belleza y gracia, no podía ocultar la melancolía en sus ojos. Fernando, aunque impresionado por su apariencia, no podía dejar de pensar en Elvira y en el sacrificio que estaba haciendo. La catedral, con toda su magnificencia, fue testigo de una unión que, aunque oficial, estaba lejos de ser un verdadero matrimonio de amor.

El gran salón del palacio estaba decorado con una opulencia que reflejaba la importancia del evento. Las largas mesas de madera, cubiertas con manteles de lino blanco, estaban dispuestas en forma de U, permitiendo a todos los invitados tener una vista clara de la mesa principal donde se sentaban los novios y sus familias. Candelabros de hierro forjado colgaban del techo, iluminando el salón con una luz cálida y parpadeante. Las paredes estaban adornadas con tapices que representaban escenas de caza y batallas, y el aroma de las flores frescas llenaba el aire.

Los invitados, vestidos con sus mejores galas, ocupaban sus asientos, conversando animadamente mientras esperaban que comenzara el banquete. Nobles de todos los rincones del reino habían acudido para celebrar la unión de Fernando e Isabela. Los sirvientes se movían con gracia y eficiencia, sirviendo copas de vino y platos de frutas frescas como aperitivo.

Bound by Fate, Freed by LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora