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La mañana siguiente a la boda, el sol se filtraba tímidamente a través de las cortinas de la habitación de Fernando. El lacayo, con movimientos precisos y eficientes, ayudaba a Fernando a vestirse con su atuendo de día. Fernando, con la mirada perdida, apenas prestaba atención a lo que sucedía a su alrededor. Su mente estaba ocupada con pensamientos de Elvira y la nueva realidad que debía enfrentar.

En la habitación contigua, Isabela ya estaba vestida con un elegante vestido de día. Su doncella personal, Isolda, peinaba con cuidado su largo cabello castaño, tratando de consolar a su señora con palabras amables.

—Mi señora, hoy es un nuevo día. Quizás las cosas mejoren con el tiempo —dijo Isolda, con una sonrisa esperanzadora.

Isabela asintió, aunque su corazón seguía pesado. Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió y Rodrigo entró en la habitación. La tensión se palpaba en el aire al instante. Rodrigo, con su porte imponente y su mirada seria, se dirigió a Isabela con respeto.

—Mi señora, los Duques de Montemayor están a punto de partir y desean despedirse de usted —informó Rodrigo, con voz firme.

Isabela se levantó de su asiento, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio. Aunque amaba a sus padres, su presencia también le recordaba la obligación que había asumido.

—Gracias, Rodrigo. Iré a despedirme de ellos de inmediato —respondió Isabela, tratando de mantener la compostura.

Rodrigo asintió y se retiró, dejando a Isabela y a Isolda solas nuevamente. Isabela tomó una profunda respiración y se dirigió hacia la puerta, preparándose para enfrentar a sus padres una vez más.

Fernando, mientras era vestido por su lacayo, no podía evitar que su mente volviera a la noche anterior. La noche de bodas había sido fría y distante, llena de formalidades y sin rastro de afecto. Isabela había intentado mantener la compostura, pero la tristeza en sus ojos era inconfundible. Fernando, por su parte, había cumplido con su deber sin mostrar ninguna emoción, su corazón aún atrapado en los recuerdos de Elvira.

De repente, la puerta se abrió y una de las criadas entró apresuradamente, interrumpiendo sus pensamientos.

—Señor, sus suegros están a punto de marcharse. Su madre exige que baje a despedirse de ellos —dijo la criada, con una ligera inclinación de cabeza.

Fernando asintió, sintiendo una mezcla de irritación y resignación. Sabía que no podía evitar este encuentro, por mucho que deseara hacerlo. Con un suspiro, se dirigió hacia la puerta, preparándose para enfrentar a sus suegros y cumplir con sus obligaciones una vez más.

Mientras caminaba por los pasillos del palacio, sus pensamientos seguían divididos entre el deber y el deseo, entre la obligación y el amor perdido. La despedida de los Duques de Montemayor sería solo otro recordatorio de la vida que ahora debía llevar, una vida que no había elegido, pero que debía aceptar.

En el gran vestíbulo del palacio, Isabela, Fernando y Doña Leonor esperaban la llegada de los Duques de Montemayor. La atmósfera estaba cargada de formalidad y tensión. Isabela, con una expresión serena pero triste, se mantenía al lado de Fernando, quien mostraba una fachada de indiferencia. Doña Leonor, siempre imponente, observaba con una mirada crítica.

Los Duques de Montemayor, Alonso y Beatriz, se acercaron a la entrada, listos para partir. Alonso, con su porte noble y su mirada firme, fue el primero en hablar.

—Isabela, Fernando, Doña Leonor, ha sido un honor estar aquí para esta unión. Confiamos en que este matrimonio traerá prosperidad a ambas familias —dijo Alonso, con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.

Bound by Fate, Freed by LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora