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Pasó un mes desde la trágica noticia de la muerte de Rodrigo en la batalla de Calatañazor. Durante ese tiempo, Isabela comenzó a aceptar la pérdida, aunque el dolor seguía presente en su corazón. Cada día, encontraba un poco más de fuerza para seguir adelante, apoyándose en la compañía de Isolda y Martín, quienes se convirtieron en su refugio emocional.

Isabela pasaba largas horas en los jardines del palacio, encontrando consuelo en la naturaleza y en la tranquilidad que ofrecía. Las flores que antes le recordaban a Rodrigo ahora le brindaban una sensación de paz y renovación. Poco a poco, su sonrisa volvía a aparecer, aunque aún con un toque de melancolía.

Fernando, por su parte, continuaba visitando la alcoba de Isabela cada noche. Sin embargo, su comportamiento seguía siendo frío y distante en la superficie. Apenas le dirigía la palabra y cumplía con su deber como esposo en el lecho, pero luego volvía a los brazos de Elvira. Esta dualidad en su comportamiento reflejaba la confusión y el conflicto interno que aún lo consumían.

Isabela, aunque agradecida por la compañía de Fernando, no podía evitar sentirse sola y desolada por su frialdad. Cada noche, después de que Fernando se retiraba, Isabela se quedaba despierta, reflexionando sobre su situación y tratando de encontrar una manera de llegar al corazón de su esposo.

Elvira, por su parte, aprovechaba cada oportunidad para mantener su influencia sobre Fernando. Aunque sabía que su posición era precaria, su astucia y determinación la mantenían cerca de él. Cada noche que Fernando pasaba con ella, Elvira se aseguraba de recordarle su amor y devoción, intentando mantenerlo alejado de Isabela.

A pesar de todo, había momentos en los que Fernando no podía evitar pensar en Isabela y en la tristeza que veía en sus ojos. Aunque intentaba reprimir esos sentimientos, sabía que algo dentro de él estaba cambiando. La lucha entre su deber, sus sentimientos por Elvira y la creciente empatía hacia Isabela lo dejaba en un estado de constante conflicto.

Isabela, por su parte, seguía encontrando consuelo en la naturaleza y en la compañía de Isolda y Martín. Aunque su relación con Fernando era complicada y dolorosa, no perdía la esperanza de que algún día él pudiera verla con otros ojos y que juntos pudieran encontrar la felicidad que tanto anhelaban.

Así, en medio de la adversidad y el dolor, Isabela y Fernando continuaban su camino, cada uno lidiando con sus propios demonios y buscando una manera de reconciliar sus corazones heridos. La historia de su amor seguía siendo incierta, pero ambos sabían que el destino aún tenía mucho que revelar.

Las comidas en el palacio habían cambiado notablemente. Ahora, Isabela, Fernando y Doña Leonor compartían la mesa en el gran comedor. Aunque Fernando apenas mostraba interés y se mantenía en silencio, Doña Leonor había desarrollado un profundo afecto por Isabela. Las dos mujeres solían tener largas y animadas conversaciones durante las comidas.

Isabela, con su naturaleza bondadosa y compasiva, había logrado ganarse el corazón de Doña Leonor. Hablaban de todo, desde la gestión del hogar hasta historias del pasado y sueños para el futuro. Doña Leonor encontraba en Isabela una compañía agradable y una aliada en la administración del marquesado.

Fernando, por su parte, se mantenía distante, apenas participando en las conversaciones. Su mente estaba ocupada con los problemas del marquesado y sus propios conflictos internos. Aunque notaba la creciente cercanía entre su madre e Isabela, no podía evitar sentirse ajeno a esa conexión.

A pesar de la frialdad de Fernando, Isabela encontraba consuelo en las conversaciones con Doña Leonor. La calidez y el apoyo de su suegra le brindaban una sensación de pertenencia y seguridad en un entorno que a menudo se sentía hostil y solitario.

Bound by Fate, Freed by LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora