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En el año 987, en el reino de Montemayor, la joven noble Isabela se encontraba en los jardines del palacio de su padre, el Duque de Montemayor. Sentada bajo la sombra de un majestuoso roble, Isabela leía un libro de poesía, dejando que las palabras llenaran su corazón de sueños y anhelos de amor verdadero.

El canto de los pájaros y el suave murmullo del viento entre las hojas creaban una atmósfera de paz, pero esta tranquilidad pronto se vería interrumpida. La Duquesa de Montemayor, madre de Isabela, se acercó con paso firme y expresión seria. Isabela levantó la vista de su libro, notando la preocupación en el rostro de su madre.

—Isabela, tengo noticias importantes —dijo la Duquesa, sin preámbulos—. En dos días partirás hacia el palacio del Marqués de Alvarado. Te casarás con el Marqués Fernando de Alvarado.

El libro cayó de las manos de Isabela, su corazón se aceleró y una sensación de angustia la invadió.

—¿Casarme? —preguntó, incrédula—. Pero madre, no conozco al Marqués Fernando. No quiero casarme con alguien a quien no amo. Quiero casarme por amor, no por obligación.

La Duquesa frunció el ceño, su voz se volvió más severa.

—Isabela, esto no es una cuestión de deseos personales. Es un deber para con nuestra familia y nuestro reino. Te casarás con el Marqués, quiera o no. Es una alianza que beneficiará a todos.

Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Isabela, pero sabía que no tenía elección. La decisión ya estaba tomada, y su destino estaba sellado. Con el corazón pesado, se levantó y siguió a su madre, dejando atrás el libro de poesía y sus sueños de amor verdadero.

Esa noche, Isabela se encontraba cenando con sus padres en el gran comedor del palacio de Montemayor. La sala era majestuosa, con altos techos adornados con frescos que narraban las hazañas de sus antepasados. Las paredes estaban cubiertas con tapices de ricos colores y escenas de caza, y enormes candelabros de cristal colgaban del techo, iluminando la estancia con una luz cálida y dorada.

La mesa de roble macizo estaba cubierta con un mantel de lino blanco y decorada con candelabros de plata y arreglos florales. Los platos de porcelana fina y los cubiertos de plata reflejaban la luz de las velas, creando un ambiente de elegancia y opulencia.

Doña Beatriz de Montemayor, la duquesa y madre de Isabela, estaba visiblemente emocionada mientras hablaba con su esposo, el Duque Alonso de Montemayor.

—Mañana comenzaremos los preparativos para partir hacia el marquesado de Fernando de Alvarado —dijo la duquesa, con una sonrisa radiante—. El marquesado se encuentra en las verdes colinas de Castilla, un lugar hermoso y próspero. Estoy segura de que Isabela será muy feliz allí.

El duque asintió, complacido.

—Es una excelente alianza para nuestra familia —respondió—. El Marqués Fernando es un hombre de gran influencia y poder. Esta unión fortalecerá nuestros lazos y asegurará un futuro próspero para todos.

Isabela, sentada en silencio, apenas probaba su comida. Su mente estaba llena de inquietudes y su corazón pesado con la tristeza de un destino que no había elegido. Miró a sus padres, deseando poder compartir su angustia, pero sabía que sus palabras caerían en oídos sordos.

La duquesa, notando el silencio de su hija, le dirigió una mirada severa.

—Isabela, debes entender la importancia de este matrimonio. Es tu deber como miembro de esta familia.

Isabela asintió lentamente, tratando de contener las lágrimas. Sabía que no tenía otra opción más que aceptar su destino y esperar que, de alguna manera, pudiera encontrar la felicidad en su nuevo hogar.

Bound by Fate, Freed by LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora